LA IMPOSIBILIDAD DE LA LEY PARA RESTAURAR

LA IMPOSIBILIDAD DE LA LEY PARA RESTAURAR.- 

Lucas 10:30 “Respondiendo Jesús, dijo: Cierto hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, los cuales después de despojarlo y de darle golpes, se fueron, dejándolo medio muerto. v:31  Por casualidad cierto sacerdote bajaba por aquel camino, y cuando lo vio, pasó por el otro lado del camino. v:32  Del mismo modo, también un levita, cuando llegó al lugar y lo vio, pasó por el otro lado del camino. v:33 Pero cierto samaritano, que iba de viaje, llegó adonde él estaba; y cuando lo vio, tuvo compasión, v:34 y acercándose, le vendó sus heridas, derramando aceite y vino sobre ellas; y poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un mesón y lo cuidó. v:35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al mesonero, y dijo: "Cuídalo, y todo lo demás que gastes, cuando yo regrese te lo pagaré”.

Quiero compartirles acerca de la incapacidad que tiene la ley para restaurar al hombre. Con esta parábola queda clara la impotencia que la ley tiene cuando el hombre se aferra a ella para ser restaurado. Vivir apegado a la ley es como tener un amorío furtivo, es cierto que provoca muchas cosas alegres, muchas satisfacciones interiores, pero su final es un camino de muerte. Cuando el hombre se apega a la ley, al principio le causa “muchos beneficios”, cree que si ya logró cumplir dos o tres mandamientos, seguro llegará a cumplir toda la ley. Eso lo hace sentirse fuerte, victorioso y seguro, no obstante, su final será la muerte. 

La ley es como las tarjetas de crédito, aunque fueron hechas para el que tiene dinero, la mayoría las usan para endeudarse, pues, empiezan a usarlas mal y gastan en base a lo que no tienen. La ley es similar, cuando el sistema de ley se envuelve en tu propia religión te cautiva, te hace creer que eres capaz de no pecar, pero tu realidad es que no eres capaz. La ley es incapaz de hacer algo positivo por nosotros, y nosotros, de igual manera, tampoco podemos hacer algo bueno por medio de ella. 

El Señor usó la parábola del “buen samaritano” para hablarnos de esta realidad en cuanto a la ley. La parábola hace mención de tres detalles concernientes a la ley, éstas son: 

1.- JERUSALEN, dice el pasaje que cierto hombre descendía de Jerusalén, dicha ciudad era el centro de adoración judío más grande de todo Israel, él venía del lugar en donde estaba el templo de Dios, allí se enseñaba la ley, allí se ofrecían sacrificios, etc. era el lugar donde Dios había prometido estar. El Señor usó esta figura porque quería enseñarnos la incapacidad que tienen para mantenerse en pie aquellos que hacen de Dios una religión. 

2.- UN SACERDOTE. Luego pasó un sacerdote, obviamente era alguien sumamente conocedor de la ley, pero al ver a aquel hombre golpeado, en lugar de ayudar se  pasó al lado opuesto. ¡Qué tremendo! Aquel sacerdote conocedor, practicante, y muy seguramente, maestro de la ley, no tuvo la capacidad de hacer algo con tal de restaurar a aquel hombre. ¿Para qué le sirvió tanta ley? Sencillamente la ley lo hizo incapaz para no restaurar.

3.- UN LEVITA 

Al poco tiempo pasó un levita (un descendiente de la tribu de Leví), también muy conocedor de la ley debido a su línea genealógica, éste hombre seguramente estaba al servicio del Templo, era de la tribu escogida por Dios para atender asuntos del tabernáculo. Cuando el levita vio de lejos a aquel hombre golpeado, hizo lo mismo que el sacerdote, se pasó al lado opuesto del camino para no ayudarle. 

Yo puedo concluir, definitivamente, que la ley es incapaz de ejercer restauración en el hombre. Ahora bien, debemos ver otro agravante que ésta tiene: “La ley no tiene capacidad para ejercer misericordia y amor”. ¡Qué nocivo es entonces, vivir bajo ley! Ella no puede restaurar, pero además, mata el interior del hombre al punto que lo vuelve incapaz de hacer misericordia y tener amor por el prójimo. En la práctica nos damos cuenta de las atrocidades que podemos llegar a experimentar en manos de personas, que se llaman hermanos en Cristo, pero su legalismo es tal que, en lugar de ser personas piadosas, terminan siendo personas duras e insensibles. 

Miremos otro pasaje que nos muestra esta condición de dureza por parte de las personas que viven apegadas a la Ley. Dice Marcos 3:1 “Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. v:2 Y le acechaban para ver si en el día de reposo* le sanaría, a fin de poder acusarle. v:3 Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. v:4 Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo* hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban. v:5 Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana”. Estos hombres preferían guardar la ley, antes que alegrarse porque el Señor sanó a aquel hombre de su enfermedad. Hermanos, una vida apegada a la ley, aunque quiera hacer lo bueno, sólo termina haciendo lo malo. 

Yo he visto como muchas mujeres creyentes, ya mayores, se encargan de señalar los errores y la vida de las jovencitas. Es fácil para las mujeres mayores juzgar a las más jóvenes, pues, a ellas ya les pasó el tiempo en que las hormonas se alborotan por el sexo opuesto. Ellas creen que su falta de pasión y atracción hacia el sexo masculino es a causa de su “espiritualidad”, cuando en realidad sólo les ha llegado la vejez, y sus hormonas ya se apaciguaron y mermaron. ¡Ah!, pero allí les brota la ley, ellas quieren ser ley para las más jóvenes. Lo que no ven estas hermanas mayores es lo incapaces que son para dominar su lengua, lo incapaces que han sido para someterse a sus maridos, viven engañadas, creen que su frialdad sexual las ha aprobado delante de Dios, así es el engaño de la ley. 

Qué fácil es engañarnos a nosotros mismos, creer que una o dos “justicias” nos pueden aprobar delante de Dios; la Biblia es clara al decir: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). Hermano legalista, usted que se cree “casi” perfecto, no necesita transgredir todos los mandamientos para ser hallado culpable por la ley, sólo necesita quebrantar ese “uno” que usted sabe que no puede guardar. A parte del engaño que le produce la ley, qué horrible es que no tenga entrañas de misericordia para restaurar al prójimo.

A mí me asombra como algunas veces hay gente que causó tanto bien a la Iglesia, y de repente la miramos que se está apartando de los caminos del Señor, y tratamos la situación como que un foco se hubiera quemado, que es cosa de cambiarlo y poner otro. La Iglesia no debe actuar de esa manera, y si así actúa es porque ha caído en legalismo. El levita y el sacerdote tuvieron la oportunidad de ayudar a aquel hombre que estaba golpeado y herido, sin embargo, se apartaron del camino para no tener que ayudarlo.

La Biblia dice en Lucas 10:33-35 “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”.

Los samaritanos eran el Israel del norte, ellos no tenían nada que ver con Jerusalén, ni con sacerdotes, ni con levitas. Aquel samaritano que venía bajando representa al creyente no legalista. Note que la Biblia dice que el samaritano “fue movido a misericordia”; no dice que “tuvo” misericordia, como para pensar que aquella acción brotó de él mismo. Seguramente Dios quiso mover a misericordia el corazón del sacerdote y del levita, pero lo que halló en ellos fue un corazón insensible, un corazón endurecido. Ellos eran lapidas encarnadas, eran el resultado de vivir toda su vida expuestos a la ley. Por lo que dice este verso, quizás el samaritano tampoco tuvo la intención de ayudar a aquel hombre moribundo, pero cuando el espíritu de Dios vino sobre él, hubo espacio en su corazón para atender el deseo divino. ¡Qué tremenda lección nos da este pasaje! Dios nos ayude a vivir fuera de la ley, volvámonos al Señor, y una vez más digámosle: “Señor, aleja de mí la ley, saca de mí esa actitud religiosa que me hace querer vivir por mi propia justicia”. 

Apóstol Marvin Véliz