MI LLAMAMIENTO A SER UN APÓSTOL

“MI LLAMAMIENTO A SER UN APÓSTOL”

Apóstol Marvin Véliz

Quiero empezar diciendo lo complicado que es para mí hablar acerca de cómo me llamó el Señor a ser un apóstol. Primeramente, porque se puede interpretar que lo que estoy haciendo es echándome flores, pero no se preocupen, yo mismo reconozco que disto mucho de lo que un apóstol en madurez puede, o debe ser. Aparte de eso, conforme el tiempo ha pasado, sé que el ministerio apóstolico se ha visto como algo misterioso y de muy alto nivel, por lo cual, muy pocos se han atrevido a denominarse “apóstoles”, y los que sí lo han usado, muchas veces no saben ni lo más básico acerca de qué es ser un apóstol. Sumado a éstas cosas, la falta de uso de este término en la Iglesia hacia alguien que cumple una función, o que tiene las características de apóstol, es un asunto que hace todavía que dicho ministerio siga viéndose como un tabú. Dice el libro de Apocalipsis,  elogiando a una de las iglesias: “tú has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son”, así que, yo creo que han de haber muchos que quieren evitar que los juzguen y que los reprueben como apóstoles. Decidí publicar este artículo para abrirme al mundo, y presentarme ante todos como un apóstol de Cristo Jesús para esta era. 

En lo personal, puedo decirles que el Señor se ocupó hace varios años de forjarme un camino por medio del cuál yo pudiera tener claro mi llamamiento apostólico. En primer lugar, lo que el Señor hizo fue despojarme de las vestimentas de la Iglesia institucional. Yo considero que ningún movimiento de índole evangélico (para usar un concepto conocido)  tiene necesidad de un apóstol. La iglesia institucionalizada, de lo que menos tiene necesidad es de apóstoles, seguramente tendrá necesidad de gente que sepa de administración de empresas, finanzas, relaciones públicas, que tenga inclinación psicológica para mover las masas, de gente que tenga inclinación hacia la motivación de las personas, pero de lo que menos tiene necesidad la iglesia evangélica, es de apóstoles. Así que más o menos por el año 2005, a raíz de diversas circunstancias, corté con el arraigo a las denominaciones y las características que les dan vida a éstas. En ese tiempo me sentía harto de la Iglesia institucionalizada, y eso me ayudó a que mis ojos fueran abiertos para darme cuenta que los hombres levantamos nombres, estructuras, posiciones jerárquicas, y diversos matices religiosos denominacionales que sólo abonan a nuestra propia gloria. El Señor me despojó de ese apego a la religión “evangélica” que por años me mantuvo atrapado, me hizo repudiar las banderas denominacionales y todo aquello que sólo causa división dentro del Cuerpo de Cristo. Así fue como decidí emprender un éxodo de la Iglesia “evangélica” en busca de lo que hoy yo le llamo: “La Iglesia orgánica-corporativa”. 

Luego de haber tomado esa decisión, y que las Iglesias que estaban en asociación conmigo, también decidieron empezar a caminar la ruta de vivir una experiencia orgánica y corporativa como Iglesia, justo en esos tiempos, el Señor me hizo ver mi llamamiento apostólico. Ahora, con el pasar del tiempo comprendo que los apóstoles son necesarios e indispensables para un modelo de Iglesia orgánico-corporativo. 

Al estar fuera del contexto denominacional, empecé a pedirle al Señor Su guianza de cómo debíamos seguir en los años venideros. Yo no puedo decirles que el Señor se me apareció físicamente para decirme que me llamaba a ser un apóstol, o que alguien me profetizó que me convertiría en un ministro apóstolico, y mucho menos que alguien me ordenara como tal. Mi experiencia por la cual entendí que el Señor me estaba llamando a ser un apóstol, consistió en la revelación de Cristo de una manera corporativa-orgánica. Lo que yo sí puedo decirles es que, en mi experiencia mística, el Señor se “personificó” a mi vida en aquellos días, es decir, dejé de ver el Evangelio como “un cúmulo de doctrinas y revelaciones” y empecé a darme cuenta que todo era Él y para Él. Me mostró por La Escritura la misma revelación que le dio a Saulo, cuando le dijo: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”. Yo nunca perseguí creyentes para meterlos en la cárcel, pero al igual que Saulo, no me había dado cuenta que Jesús es la Iglesia, no me había percatado que la Iglesia es la conformación de los santos, quienes, al estar en unidad expresan a un Cristo múltiple. Tal revelación fue para mí, el sello de mi ministerio apostólico.

Recuerdo que para mí fue un tanto caótico y frustrante decirles abiertamente a los hermanos que el Señor me había llamado a ser un apóstol, pues, el término es desconocido para la mayoría de creyentes, y los que lo usan, generalmente es para conseguir un grado más alto que un “pastor” de una Iglesia. Yo organicé una actividad para decirle a todas las Iglesias que Dios me había llamado al ministerio apostólico, pero al final de la reunión nadie dijo nada, ni preguntó nada. Yo deduje que los hermanos no habían entendido qué significaba que yo fuera un apóstol, y para ser sincero, en aquel tiempo ni yo sabía todo lo que implicaba ser un apóstol. Poco a poco el Señor me fue aclarando que Él no me  había dado una nueva posición jerárquica para las Iglesias, sino una función que sería de bendición para Su Cuerpo. A los meses de aquella reunión, las Iglesias se reunieron un día sin decirme nada, y me dijeron que habían entendido cuál era mi función entre las Iglesias, y que me recibían como a un apóstol.

Así ha sido nuestro éxodo de la religión evangélica, y de esta manera el Señor nos ha venido dando más luz acerca del misterio del cuál Pablo dijo en sus cartas: “…si en verdad habéis oído de la dispensación de la gracia de Dios que me fue dada para vosotros; que por revelación me fue dado a conocer el misterio, tal como antes os escribí brevemente. En vista de lo cual, leyendo, podréis comprender mi discernimiento del misterio de Cristo, que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu”;  Por la gracia del Señor puedo decir que Dios me ha revelado este misterio, y que este Evangelio que hoy predico no lo recibí de hombre, sino que me vino por revelación de Dios. 

El mejor testimonio que puedo tener de mi apostolado entre las Iglesias no es hacer milagros, ni tener unciones diversas, aunque no puedo negar que sí las he experimentado en tiempos pasados. Hoy en día la gente busca las sobrenaturalidades y muchos se convierten al Evangelio a raíz de éstas. Yo no voy a juzgar si estas cosas son o no de Dios, pues, sé que hay hombres que tienen el don de sanar enfermos, otros tienen el don de predicarle a las multitudes, etc. pero si yo no leo mal La Escritura, el testimonio más grande que un apóstol puede tener es dar a conocer el misterio de que en Cristo todos somos uno. En Su grande misericordia, el Señor me ha dado revelación y entendimiento de que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, participando igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio. En otras palabras, el ministerio apostólico contribuye directamente en el establecimiento de la vida corporativa y orgánica de la Iglesia.

Con todo mi corazón se lo digo, no entiendo como alguien se puede llamar “apóstol” hoy en día si su enseñanza no revela el misterio del cual habló el apóstol Pablo y los demás apóstoles. Yo no pretendo decirle a usted que me vea como un modelo de lo que es realmente un apóstol, porque cometería un gran error. Sé que disto de manifestar la madurez de un apóstol a la altura de los del Nuevo Testamento, pero le puedo decir que el que me llamó, me dio la gracia de ser un apóstol. Yo me mantengo en fe y espero dar un día de la medida de un apóstol aprobado por el Señor.

Apóstol Marvin Véliz