EL ALIMENTO QUE DIOS ESTABLECIÓ PARA EL HOMBRE

EL ALIMENTO QUE DIOS ESTABLECIÓ PARA EL HOMBRE

Génesis 1:28 “Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. v:29 Y dijo Dios: He aquí, yo os he dado toda planta que da semilla que hay en la superficie de toda la tierra, y todo árbol que tiene fruto que da semilla; esto os servirá de alimento”.

Quiero resaltar un par de frases de los versos que acabamos de leer: “sed fecundos y multiplicaos” y “esto os servirá de alimento”. De manera muy clara, vemos que Dios le ordenó al hombre dos cosas: “Multiplicarse” y “comer”. Estas dos ordenanzas, no solo se muestran en el relato que Moisés hace de la creación del hombre, sino que son dos cosas que, a lo largo de la historia, jamás se han desprendido del ser humano. 

Aún el hombre que no conoce a Dios está ligado a estos dos grandes aspectos como sus más grandes placeres. La intimidad y la comida están tan arraigados a la vida del ser humano que, así como éstas han sido necesidades básicas de la vida, también algunos las han utilizado para degenerarse en sus deseos. Por el lado de la comida, la Biblia nos narra el caso de Esaú, un hombre que por un plato de lentejas estuvo dispuesto a vender su primogenitura; por el lado de la intimidad (o el instinto sexual), también se narran pleitos, guerras, y muertes que se dieron a causa de este deseo desenfrenado. Es inevitable ver que tanto el aspecto de la comida, como lo sexual, están tan apegados al alma de los hombres que pueden superar las fronteras de la sensatez y el razonamiento.

Cuando vemos la historia de la humanidad, podemos ver que a pesar de que el hombre caído perdió lo que Dios quería originalmente para él, estos dos instintos se mantuvieron y se mantienen vigentes hasta el día de hoy. Dios tenía un propósito al dejar estos dos grandes instintos en el hombre, solo que, al caer Adán en el huerto, estos instintos se quedaron funcionando a nivel de su genética caída. El hombre caído sólo percibe los placeres de la carne y los deseos del alma, por lo que deja nula la enseñanza que nosotros deberíamos sacar de estos dos grandes placeres. Nosotros deberíamos entender que así como estas necesidades físicas nos embargan de manera instintiva, también nuestro espíritu necesita comer de Dios y estar en intimidad con Él. Si permitimos que la naturaleza del Señor actúe y accione en nosotros, de manera natural se desarrollará en nuestro interior el anhelo por la persona del Señor y Su palabra.

Quiero tocar en este artículo el aspecto del alimento que Dios estableció para el hombre.

Cuando el Señor Jesús vino a este mundo, su objetivo fue recuperar lo que Satanás le había quitado al hombre en el huerto. El ministerio del Señor inició cuando Él fue bautizado en el Río Jordán, y luego de eso fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado. Una de las tentaciones que Satanás le propuso a nuestro Señor fue, precisamente, en relación a la comida; Jesús había ayunado durante cuarenta días, pero pasado ese tiempo el Señor tuvo hambre. Esto les suena ilógico a algunos porque su experiencia normal es que apenas han desayunado y ya están pensando en el almuerzo, no digamos lo que les sucedería después de cuarenta días de ayuno. Pero la experiencia del Señor fue que pasados cuarenta días tuvo hambre, y al verlo Satanás en esa condición se le acercó y le dijo: “… Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Pero El respondiendo, dijo: Escrito está: “No solo de pan vivira el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mateo 4:3-4) El sentido de lo que el Señor le respondió a satanás era decirle que Él había venido a recobrar el hambre por Dios, que si bien era cierto el hombre había perdido esa hambre en la caída, Él ahora le declaraba que el hombre necesita comer la palabra que sale de la boca de Dios.

¡Oh! hermanos, Dios permita que nuestra genética espiritual sea activada y empecemos a tener hambre y sed de Su palabra. Así como en el plano físico nos vemos tan apegados a la comida física, espiritualmente debemos permitir que nuestro ser regenerado obtenga nutrición por medio de la palabra que sale de la boca de Dios.

Nuestra vida y nutrición espiritual la encontramos cuando comemos a Cristo. Yo no le estoy diciendo que aprendamos doctrina, sino que aprendamos el secreto de tomar una palabra que provenga de Él y nutrirnos de ella. Dios en el Nuevo Pacto no se presentó a nosotros en tablas escritas (como las de la Ley), sino que Él se hizo carne (se hizo un hombre). Cuando nos encontramos con el Señor, lo primero que nos presentan es a Su persona misma, y Él dijo que era el PAN DE VIDA que había venido a este mundo. Dejemos que la Vida del Señor nos sacie, que Él calme la sed interior que este mundo no puede saciar.

¿DE QUÉ MANERA NOS NUTRIMOS?

Es interesante ver que el hombre se alimentó de la carne de los animales hasta después de la caída; esto es figura del “placer que los hombres caídos tenemos por las cosas de la carne”. Cuando Adán estuvo en el huerto, antes de la caída, Dios le había dicho que comiera de todas las plantas que daban semilla, y de todos los árboles que tenían fruto que daban semilla. Hermanos, nuestro hombre regenerado, es decir, nuestro espíritu no se alimenta con carne, sino con la porción que Dios diseñó desde el principio. Dios le dijo al hombre: “puedes comer frutos y semillas”. De estos dos alimentos podemos decir que hay unos que se pueden comer inmediatamente, pero hay otros que se deben procesar antes de ser ingeridos.

El alimento que nos nutre espiritualmente es igual, Dios quiere que día a día nosotros busquemos un alimento espiritual a manera de fruto, es decir, una Palabra que la recibimos inmediatamente por medio de la fe. Para obtener este tipo de palabra espiritual lo único que necesitamos hacer es abrir nuestro espíritu y alimentarnos de ella por medio de la fe. Hay otra clase de alimento espiritual que Dios nos ha dado a manera de semilla; este tipo de palabra no la comen muchos porque ésta requiere más atención, hay que sembrarla, cuidarla, debemos dejar que crezca, y luego de cultivarla, debemos procesarla para poder obtener nutrición de ella. 

Hermanos, busquemos la palabra que sale de la boca de Dios porque no sólo de pan físico vive el hombre. Así como nuestro cuerpo físico necesita nutrirse, también nuestro espíritu tiene hambre de Dios. Mucha palabra que el Señor nos da es para el día a día, pero Él también pone en nosotros un alimento espiritual que no es para comerla hoy, sino para que sea guardada y por medio del Espíritu Santo sea procesada en nuestro corazón. Los que vamos creciendo en el Señor tenemos que aprender a comer el alimento espiritual, no solo el que recibimos a manera de fruto, sino también lo que Dios nos da a manera de semilla. ¡Aleluya!

Apóstol Marvin Véliz