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LA CAIDA DEL HOMBRE LE DIO ORIGEN A LA SALVACIÓN QUE DIOS EJECUTÓ EN CRISTO PERO NO AL PLAN ETERNO DE DIOS


“LA CAIDA DEL HOMBRE LE DIO ORIGEN A LA SALVACIÓN QUE DIOS EJECUTÓ EN CRISTO PERO NO AL PLAN ETERNO DE DIOS”

Dice 2 Tesalonicenses 2:13 “Pero nosotros siempre tenemos que dar gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para salvación mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”. 

Lo que el Señor decidió hacer a favor del hombre no tuvo su inicio acá en la tierra, sino fue un asunto de carácter eterno. El ser escogidos desde el principio se remonta a la eternidad “pasada”, a la era donde no existía el tiempo, sino que sólo existía Dios y el Verbo; en ese tiempo fue cuando Dios planificó el Plan que habría de llevar a cabo por medio de la persona de nuestro Señor Jesucristo. A causa de Su Plan tan maravilloso, Dios espera que nosotros siempre tengamos “acciones de gracias” para Él, porque lo que hoy somos y tenemos en Dios, no es un asunto que surge de la improvisación divina, sino es lo que se planificó para nosotros en Cristo. 

La caída del hombre no fue la razón por la cual el Señor Jesucristo vino a salvarnos, más bien lo que hizo el Señor Jesús por salvarnos fue a causa del Plan divino que estaba trazado desde antes de la fundación del mundo. Si revisamos la doctrina de la salvación, nos damos cuenta que lo medular para que el hombre recupere su comunión con Dios es la necesidad humana, pero eso no es el Plan Eterno de Dios. La salvación no es lo mismo que el Plan Eterno de Dios. La caída del hombre le dio origen a la salvación que Dios ejecutó en Cristo Jesús pero no al Plan eterno de Dios. El Plan Eterno no tiene que ver con los deseos, o las decisiones del hombre, ni mucho menos con las intervenciones del diablo. Lo que Dios ha puesto en nuestras manos no es nada menos que lo que Él diseñó en la eternidad. A causa de esto es que nos debemos sentir apremiados a profundizar en el conocimiento de Dios para que nuestra experiencia en el Evangelio no sea sólo hablar del milagro del cambio personal que tuvimos al encontrarnos con Él. Algunos creen que lo más grande que les pasó al venir al Señor fue dejar de tomar bebidas alcohólicas, otros creen que el Evangelio es lo que les ha servido para tener un hogar estable con su cónyuge, otros “perseveran” en los caminos del Señor porque fueron sanados de alguna enfermedad, etc. ¡Gloria a Dios por los milagros y las victorias personales que tuvimos al venir a Cristo! sólo que ni el más grande de los milagros es el Plan Eterno de Dios. No confundamos las cosas; que por la misericordia de Dios sucedan milagros en nuestras vidas, no significa que debemos pregonar que el Evangelio consiste en milagros, tal concepción es corromper el Evangelio. 

El Evangelio nunca tuvo sus orígenes en las necesidades humanas. Debemos tener conciencia que al caminar en el Señor pueden suceder muchas cosas externas; por ejemplo, el apóstol Pablo decía que él podía estar contento en la abundancia como en la escasez, por lo tanto, nosotros debemos armarnos del mismo pensamiento: “Gracias Señor por la abundancia” y “Gracias Señor por la escasez”. Si nuestro Evangelio va a tener su fundamento en lo que Dios nos da, sólo estamos yendo en pos de un rudimento de bajeza, un Evangelio tergiversado. 

El Evangelio tampoco comenzó a causa de los problemas que ha causado Satanás en el mundo. Yo no tengo como el centro de mi ministerio asuntos de liberación demoníaca ni asuntos que tengan que ver con el mundo espiritual de las tinieblas. Para empezar, yo leo en la Biblia que Dios ya venció a Satanás y a sus huestes en la cruz del Calvario, y tampoco me centro en los endemoniados, pues, la Biblia dice: “… Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31). Si creemos en Cristo no tenemos porqué estar bajo la influencia de los demonios; eso literalmente es dejarse vencer por seres ya vencidos. El problema de muchos creyentes no son los demonios, sino su falta de búsqueda de la Presencia del Señor; si alguien busca al Señor y se expone a Su luz, los demonios huyen. Si buscamos al Señor, Su unción pudrirá cualquier yugo de esclavitud demoníaca, nuestra mente será liberada, y por ende, nuestra vida será cambiada. ¡Aleluya! Dice Romanos 16:20 “Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies”. Satanás es un ser vencido, el que tiene todo el poder es Cristo. 

La raíz del evangelio que nos dieron está en la eternidad pasada. Lo que el Padre planeó en la eternidad pasada es: “reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1:10). El día que alcancemos la plenitud del Evangelio, ese día también nos daremos cuenta que nuestro yo se perdió en Cristo. Si Cristo es todo en nosotros, nuestro “yo” no es ¡Nada!, pero si todavía somos algo es porque Él aún no lo es todo. La máxima expresión del Evangelio se alcanza mediante la anulación del “yo” del hombre. Al alcanzar la plenitud del Evangelio nuestro trabajo es Cristo, nuestro hogar es Cristo, nuestras finanzas son Cristo, nuestro futuro es Cristo, en fin, todo es de Cristo. Debemos entender que el Plan de Dios surgió antes de que nosotros fuéramos creados, cuando sólo era Dios y el Verbo; por lo tanto, ese bendito Plan no podemos centralizarlo en nosotros mismos, sino en el Hijo. Obviamente, Dios diseñó que la creación y la humanidad misma vinieran a ser parte de la expresión de ese Plan Eterno; y así es como nosotros tenemos parte en esto tan maravilloso. A raíz de esto Dios tiene que depurarnos de nuestras ambiciones, de nuestro amor propio y demás cosas que son un estorbo para que seamos instrumentos que expresen Su Plan. 

El Evangelio arrancó en nosotros por la fe. Dice 2 Corintios 5:7 “porque por fe andamos, no por vista”. Ahora bien, la fe no sólo debe ser el inicio, sino debe ser nuestro vivir, nuestra manera de perseverar, y nuestra manera de terminar la carrera en el Señor. La fe no es nada en lo natural, sin embargo, es el todo de lo espiritual. Lo que esto nos dicta es que nuestra vida debe ser depurada hasta que aparezca en nosotros el escenario del Plan de Dios, es decir, que Cristo sea el todo de nuestra vida. 

El Plan de Dios no se detuvo a pesar de que el hombre cayó en pecado. El Plan de Dios nunca fue tener un hombre caído para luego levantarlo, el Plan de Dios siempre fue un hombre al cual pudiera perfeccionar. Lo glorioso que nos dice el apóstol Pablo es que ni siquiera la caída del hombre ha detenido el Plan de Dios. Doy gracias a Dios de que mi Evangelio no está amarrado a milagros, ni a necesidades, ni a otra cosa que no sea Cristo. El Evangelio que yo predico es el Plan Eterno para el cual Dios nos ha escogido desde el principio. ¡Amén!

Apóstol Marvin Véliz

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