Ser creyente es sumamente fácil porque este derecho lo obtenemos por medio de la obra que nuestro Señor Jesucristo hizo en la cruz del Calvario. Lo que nosotros hacemos para ser salvos es ejercer fe, tal como lo dice Efesios 2:8 “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. El apóstol Pablo nos dice claramente, que tal fe que ejercemos para ser salvos, ni siquiera proviene de nosotros, sino es un don dado por Dios. Podemos decir, entonces, que nosotros nacemos de nuevo, y somos engendrados por el Espíritu del Señor con sólo creer en Él. Ser hijo de Dios, por lo tanto, es algo muy sencillo; sin embargo, seguir al Señor es algo más complicado. No es imposible seguir al Señor, pero sí implica algo más que simplemente creer en Cristo como nuestro Salvador.
En el Nuevo Testamento no encontramos muchos pasajes de cómo ser salvos por el Señor Jesús, sino vemos que la mayor parte está enfocado a cómo nos es necesario seguirlo. Sí hay pasajes que nos hablan de creer en Cristo, pero son muy pocos en comparación a los versos que nos hablan de cómo vivir, y cómo seguir al Señor. El Nuevo Testamento está dirigido en su mayoría a cómo debemos desarrollarnos en el Señor.
El deseo de Dios es que los que ya son hijos, lleguen a vivir de tal manera, que manifiesten Su carácter, y hagan las obras de Él. Dios está esperando hijos a Su imagen y semejanza, y para ello los que nacen de nuevo deben convertirse en discípulos. Un discípulo es aquel que está definido a ser y a aprender todo de su maestro. En la antigüedad el concepto de un maestro no es como hoy en día; a los maestros de este tiempo lo único que se les exige es que tengan el conocimiento necesario de lo que van a enseñar, pero a nadie le importa su vida moral. En los tiempos antiguos, la educación secular iba de la mano con la educación moral y espiritual del maestro. En el contexto bíblico, un discípulo era alguien que estaba aprendiendo a ser como su maestro, y además, alguien que aprendía a hacer lo que su maestro hacía.
El Señor Jesús debe ser nuestro maestro, Él se hizo carne, y habitó entre los hombres para darnos ejemplo de cómo debe ser la Vida divina caminando en un ser mortal. No necesitamos ir al cielo para que Dios nos enseñe cómo amar, la Vida de Cristo relatada en los Evangelios nos muestra cómo debemos amar. El Señor quiere que nosotros seamos Sus discípulos, pero un problema que tenemos la mayoría de los creyentes es que no tenemos la capacidad inherente para ir en pos de Él. En otras palabras, muchas veces queremos seguir al Señor, anhelamos ser Sus discípulos, pero nos topamos con un muro interior que nos imposibilita ir en pos de Él. A veces nos desanimamos cuando vemos que no damos la medida espiritual para ser discípulos del Señor, pero eso Él ya lo sabe. El Señor como buen maestro nos va a enseñar de manera progresiva, tal como sucede con los infantes, ellos no empiezan las clases de matemáticas aprendiendo a sacar raíz cuadrada, si no que primeramente aprenden los números, y luego van avanzando en el conocimiento. El Señor de igual manera no nos va a pedir cambios abismales de la noche a la mañana, sino que Él sabe llevarnos en una forma progresiva. Si desde este momento nos disponemos a ser discípulos del Señor, tarde o temprano veremos cambios en nosotros, pero si no nos disponemos a ser discipulados por Él, jamás veremos cambios.
Todos venimos delante del Señor con una gran incapacidad, y será tarea de Dios en su momento irnos libertando, purificando, y transformando hasta que seamos conformados a Su imagen y semejanza. Dios es Poderoso, en su momento Él puede llegar a colocarnos como “huios” (palabra griega que quiere decir: “hijo maduro”). Los que se dejen discipular en esta era, y lleguen a ser como el Señor, cuando Él venga en Su Reino los pondrá a reinar con Él. No debemos decepcionarnos de vernos a nosotros mismos, más bien debemos disponernos a ser discipulados, y creer que Aquel que nos llamó es capaz de convertirnos en discípulos dignos de la gloria de Él.
Coloquémonos en la escuela de Cristo, sintamos que nos hemos inscrito en su nómina, y que el Dios del cielo nos ha aceptado como Sus discípulos. El punto es que empecemos a recibir progresivamente una enseñanza hasta que seamos como Él es. La vida cristiana no se trata de sólo congregarse una vez a la semana, ni tampoco se trata de llevar a cabo un cúmulo de actividades, sino de hacer una vida con el Señor. Los hombres han convertido las cosas de Dios en actividades, en horarios, en ciertos días de reunión, sin embargo, lo que Dios nos propone es una Vida divina constante fluyendo en nosotros. La simiente divina la llevamos siempre en nosotros, de modo que podemos aprender de Dios constantemente, ya sea en nuestro trabajo, en nuestros paseos, en nuestra casa, y en todos lados. Si logramos captar que la Vida de Dios la cargamos en nuestro interior, la escuela de Dios no se detiene en nosotros, y cada vez podemos ir ganando más y más en El.
Cuando el Señor vino a este mundo, y llamó a algunos a que fueran Sus discípulos, tuvieron que dejar familias, trabajos, y sus metas personales, porque el maestro no se quedaba en un solo lugar, Él caminaba, iba de una ciudad a otra, y los discípulos siempre andaban con Él. El modo de vivir de Cristo debe ser para nosotros una gran lección, nos muestra que debemos cambiar, que debemos seguir al Señor, no debemos ser estáticos, inamovibles, casi estatuas. Ya dejemos la enseñanza evangélica que nos enseñó a ser rutinarios y visitantes de los templos cada ocho días. La Vida de Cristo en nosotros debe ser un asunto diario; si caminamos con el Señor en el día a día, nos veremos fortalecidos espiritualmente, y si no caminamos con Él, también nos vamos a ver decaídos y marchitos.
Apóstol Marvin Véliz
que importante es que le demos tiempo al Señor y no nos afanemos mucho en las cosas de este mundo porque sino no podremos ser buenos dicipulos para dios porque para ser sus discipulos necesitamosbuscar de el constantemente amen
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