El efecto negativo que tiene en la Iglesia la falta de veracidad de los hermanos.
Dice Efesios 4:25 “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”.
Una Iglesia local que tenga un ambiente corrompido en cuanto a las palabras, será una Iglesia sin amor. Según el apóstol Pedro, el amor es básico para una Iglesia local, dice 1 Pedro 1:22 “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro". En estos versos el apóstol nos hace un llamado a amarnos con afecto, en una fraternidad no fingida. Esto se refiere a que debemos ser amorosos y amables con los hermanos. Lamentablemente nuestro ambiente de Iglesia muchas veces termina siendo plagado por palabras no veraces, y los miembros se desaniman al ver que nadie habla verdad, y no estoy hablando de verdades bíblicas, sino me refiero a que casi nadie habla honestamente, nadie es sincero, todos hablan vana palabrería. De esta manera es imposible cultivar el amor fraternal no fingido. En una reunión alguien podrá decir: “¡Hermana qué gusto verla, la he extrañado!” pero como nadie cree en nadie, la hermana a la que le dijeron eso dirá en sus adentros: “¡mentiras, de mí nadie se acuerda!”, a esto me refiero, a que las palabras se denigran. La adulación se puede volver una costumbre, y qué lamentable es que las palabras ya no se crean, pues, llega un momento que aunque las cosas se digan genuinamente, ya el corazón está minado y no le permite creer.
Dice Romanos 3:10 “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; v:11 No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. v:12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. v:13 Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; v:14 Su boca está llena de maldición y de amargura. v:15 Sus pies se apresuran para derramar sangre; v:16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; v:17 Y no conocieron camino de paz. v:18 No hay temor de Dios delante de sus ojos”.
El contexto de este pasaje nos viene hablando de la corrupción tanto de los judíos, como de los gentiles. Le hago la siguiente pregunta: ¿Qué hay en un sepulcro? ¿Acaso no es un lugar de muerte, podredumbre, suciedad y corrupción?; ¿Por qué relaciona el apóstol Pablo el sepulcro con la garganta? Porque tanto la garganta, como la lengua, los labios, y la boca son los miembros que usamos para proferir palabras. Lo que el apóstol está enfatizando acá es que todos los hombres hablan sin vida, hablan palabras de muerte. No se está refiriendo propiamente a las malas palabras, o a hablar indecorosamente, sino de hablar sin integridad.
Piense un momento en todas las áreas en que se corrompe la iglesia; ahora bien, leamos lo que dice 1 Timoteo 3:14 “Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, v:15 para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”.
Uniendo los pensamientos de las citas anteriores, podemos decir que aunque la Iglesia sea columna y baluarte de la Verdad, podemos corromperla si hablamos como humanos. Para empezar los que predican deben ocuparse de no hablar de sí mismos, sino de hablar la Palabra de Dios. La Iglesia empieza a corromperse por lo que se predica, qué gran responsabilidad entonces la que tenemos los ministros. El problema es que no sólo desde el púlpito se puede hablar mentiras ¿Puede imaginarse qué ambientes se pueden llegar a vivir cuando la Iglesia se reúne por las casas, donde la reunión es más íntima y donde todos los hermanos pueden hablar? Qué cuidado debemos tener con nuestras palabras, pues, si éstas son humanas transmitirán muerte; procuremos, pues, que nuestras palabras sean con gracia, que estén impregnadas de la Vida divina.
Traslademos esta verdad al área sentimental ¿No es precisamente lo que tiene amargados a muchos matrimonios? Yo les pregunto a los esposos: ¿Cuántas promesas les han hecho a sus esposas y no se las han cumplido? Contéstese con franqueza. Los esposos quieren una mujer sumisa, obediente, perfecta, etc. Pero contéstese usted marido ¿Está respetando usted sus palabras, cumple lo que promete? Cómo quiere una esposa sumisa, si usted no es capaz de sacar a pasear a su esposa el fin de semana tal como se lo prometió. Usted varón, que se siente en todo el derecho de cambiar sus promesas por un partido de fútbol, por un desgano, o por cualquier excusa, arrepiéntase de su proceder. De igual manera las hermanas examínense a sí mismas de cómo le hablan a sus maridos, ¿Están sazonando sus palabras con la gracia del Señor, o les hablan en la pura carne? Con el pasar de los años muchas parejas se preguntan: ¿Qué fue lo que nos pasó?, ¿Cuándo se nos acabó el amor? Llegan a un punto de decir “¡te amo!”, pero es sólo un decir, porque esas palabras ya no tienen peso. ¿De dónde surge el desamor? ¿Acaso no es el resultado de la desvalorización de nuestras palabras?
Nosotros no nos damos cuenta que el alma del ser humano, en un gran porcentaje vive de las palabras que entiende y procesa. Lo que hay dentro de nosotros son pensamientos, palabras, recuerdos traducidos en expresiones. Nuestra vida interior está plagada de las palabras que hemos dicho, y de las que recordamos que nos han dicho. El problema en nosotros surge cuando muchas de esas palabras corrompidas han brotado en el círculo de la Iglesia, ¿Cómo habrá espacio para que una fraternidad se ame genuinamente si hemos dañado ese círculo de confianza con nuestras palabras? ¿Para qué pueden ser útiles los creyentes que tienen una conducta igual a la de los incrédulos? !Para nada¡ Seremos contados entre aquellos que de continuo engañan con su lengua y que tienen veneno de serpientes debajo de sus labios. ¿Qué quedará en la iglesia si no cuidamos nuestras palabras? ¡Nada! Las reuniones van a ser falsas, la misma palabra va a ser falsa, el amor va a ser falso. Entendamos que estamos hablando de una corrupción que trae un tremendo daño a la Iglesia del Señor. Nosotros los creyentes debemos de empezar a restaurar y a pagar el precio de la integridad, y la Vida divina fluyendo en nosotros, para que nuestras palabras y acciones tengan un valor real delante de Dios y los hombres.
Dice Santiago 3:2 “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. v:5 ... la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! v:6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. v:8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. v:9 Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. v:10 De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así”. ¡Qué tremendas palabras las del apóstol Santiago! Dice que si logramos controlar lo que decimos, lograremos controlar también todo nuestro ser. Una lengua no sujeta a Cristo destruye y arruina, no pretendamos ser Iglesias que reflejen a Cristo si no nos disponemos a ser restaurados en esta área. Obedezcamos a Dios llevando una conducta agradable a Él, y justa delante de los hombres; la cuál debe ser el producto de la Vida divina fluyendo en nuestro interior, y procesándonos para ser conforme a lo que Él es.
Dice Mateo 5:37 “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede”. Es malo, y una señal de estar bajo la influencia satánica, si en nuestra vida cotidiana utilizamos un lenguaje que ni siquiera percibimos que es completamente ajeno al corazón de Dios y producto de la corrupción de nuestra naturaleza humana. Empecemos por pedirle al Señor que nos dé la gracia para poder percibir cómo hablamos, qué tantas cosas decimos, y cómo las decimos. Necesitamos empezar a vivir una vida que respalde lo que decimos. No ofrezcamos lo que no podemos cumplir, ni tampoco digamos que vamos a hacer lo que no tenemos ni el más mínimo deseo de hacer. Es parte de una vida carnal comprometer nuestra palabra, a sabiendas que no la podremos cumplir. Seguramente usted conocerá a alguien que le es muy fácil decir: “...no se preocupe, a las seis en punto llego...” y dan las ocho, y esa persona todavía está lejos del lugar donde prometió llegar hace dos horas. Cosas como éstas son evidencias de la corrupción de la naturaleza humana, y es más, no darle cumplimiento a lo que se dice es un pecado delante de Dios. Cuando esta persona finalmente se reúne con el pobre prójimo que tiene como tres horas de estarlo esperando, le dice: “hay disculpe que vine un poquito tarde, pero es que viera cuánto tráfico había, y para colmo de males se me pinchó la llanta, etc.”. No sólo llegó super tarde, sino que también quiere que le crean tales mentiras. Hermanos, no sigamos cayendo en la corrupción de nuestra carne, en todo caso pidamos perdón a aquel que le prometimos algo y no se lo cumplimos, pero no tapemos nuestros errores con más mentiras. Este tipo de conducta no debe tener lugar entre los santos, somos el pueblo de Dios, reflejémoslo a Él aun en estos detalles.
¿Nota usted cuánto se elevaría y restauraría nuestra conducta, amor, relaciones interpersonales, y sobre todo nuestra Vida de iglesia, si comenzáramos a tomar seriedad en estos detalles aparentemente insignificantes? Busquemos ser veraces, la Vida divina que nos han dado puede librarnos del engaño. La Iglesia del Señor tendría un gran avance si restauráramos la conducta de hablar verdad entre nosotros, de tener el carácter para decir ¡sí puedo!, o decir ¡no puedo! y tener entre nosotros la confianza de que como hijos del Reino cumpliremos lo que prometemos. Que cuando nos pregunten: ¿Hermano, podrías encargarte de tal o cual cosa de la iglesia? Y decir “sí hermano”, y saber que esa palabra ya es un hecho.
Cuando pensamos en los problemas de la Iglesia, lo primero que nos viene a la mente es el adulterio, y por supuesto que es un problema grave; o sino pensamos en cuanto tiempo ocupan los hermanos en distracciones como la televisión, el internet, etc. y por supuesto que también afectan, pero le aseguro que sobre estas cosas, y otros problemas más, una de las cosas más graves que dañan a la Iglesia es que los miembros sean mentirosos y que sus palabras no tengan peso. El Señor Jesús nos exhorta a no cometer el error de los fariseos, quienes poco a poco perdieron el peso de su palabra, y de sus juramentos.
Ahora bien, no debemos perder de vista que todo empieza en nuestro interior, no en lo de afuera. Las palabras que proferimos son la firma de los cheques de veracidad que emitimos en el corazón. ¡Ojalá que nuestra firma sea genuina!. El Señor deja claro que nuestra integridad interior nos debe llevar a la conducta de que nuestro sí sea sí, y que nuestro no sea no. No necesitamos jurar para que crean en nuestra palabra. ¿Por qué el Señor nos exhortó a que nuestro sí sea sí, y nuestro no sea no? Porque los religiosos de su tiempo tenían diversidad de juramentos. Por ejemplo: Alguien aseveraba algo, y otro le decía: “¡Júramelo por Dios!”, y el otro le respondía: ¡hombre, cómo crees que te voy a estar jurar por Dios esta cosa tan pequeña¡. No voy a jurarlo por Dios, pero lo juro por mis hijos”. Ellos tenían grados de juramentos, ¿acaso no actuamos así también nosotros? Estas cosas las aprendemos genéticamente, nadie va a la escuela para aprender a ser mentiroso, sólo se perfecciona por el ejercicio de nuestra naturaleza caída. El llamado que nos hace el Señor es a vivir una integridad interior, la cual podamos expresar con los que nos rodean. Procuremos que nuestras palabras pesen como un contrato legal, como la firma que ponemos en algún documento, que no tengamos que requerir a juramentos para que nos crean un “sí”, o un “no”.
Si nosotros nos disponemos a cambiar nuestra manera de ser, y en nuestro interior dejamos que la Vida del Señor se procese en esta área, y empezamos a hablar verdad cada uno con nuestro prójimo, no necesitaremos usar de tanto modismo sin peso como: “yo le juro”, “yo le prometo por lo más sagrado”, “yo le juro por mis hijos”, etc. Dios nos permita avanzar, y no tener necesidad de decir más que “sí o no”.
Apóstol Marvin Véliz
Que podamos aprender a controlar nuestra lengua lo que decimos porque estamos haciendo daño ala iglesia y a nuestros hermanos porque muchas veces ya saben cómo somos y al saberlo nada nos creerán y hasta se puede perder el amor que tenemos unos de otros así que hermanos podamos pedirle al Señor que podamos controlar lo que decimos amen. Benjamin
ResponderEliminarMuchas veces se nos hace fácil jurar o prometer pero no nos damos cuenta que gran error estamos cometiendo porque nunca cumplimos lo que decimos y eso no debe ser así porque lo hacemos hasta con nuestros hermanos de la iglesia y al final ya no nos termina creyendo lo que decimos y vamos a tener una iglesia falsa donde todos nos mintamos y eso no quiere el Señor sino que podamos aprender a decir la verdad y controlar todo lo que decimos amen. Salomon
ResponderEliminar