Los que conocemos al Señor, y hemos muerto a la Ley, también debemos vivir sin condenación.
Dice Romanos 8:1 “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, 2 porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Porque lo que no pudo hacer la Ley, ya que era débil por causa de la carne, lo hizo Dios enviando a su propio Hijo en semejanza de nuestra carne pecaminosa, y por el pecado, condenó al pecado en la carne, 4 para que la exigencia de la Ley fuera cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Debemos aprender a vivir sin condenación. Es caótico ver como la mayoría de los seres humanos son criados bajo muchos preceptos de religión, sin embargo, lo que menos quieren es venir al Señor porque siempre se sienten condenados. Para los hijos de Dios no debe existir esa sensación de condenación. El Espíritu de Vida que nos dieron nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Podemos decir que ahora estamos sujetos a esperanza, y tarde o temprano sucederá en nosotros una transformación interior.
El Evangelio es, precisamente, para aquellos creyentes que no han perdido la esperanza de que Dios haga algo con ellos, a aquellos que todavía creen a la palabra del Señor, y a aquellos que esperan que la verdad los haga libres. No vamos a predicar otro Evangelio que no sea lo que enseñó nuestro Señor Jesucristo. Hemos de pregonar que el Señor es Poderoso para liberarnos, transformarnos y no vivir más bajo condenación.
Dios nos permita ser de los que anhelan el milagro de ser transformados. En la Biblia leemos el caso de un hombre que era paralítico, que llevaba ya treinta y ocho años postrado en una cama. Cuando el Señor lo vio, le dijo: “¿Quieres ser sano?”. La pregunta que el Señor le hizo a aquel hombre parecía ser innecesaria, sin embargo, Jesús quería escuchar una respuesta sincera de parte de aquel hombre. Por diferentes motivos, los ya creyentes podemos llegar a perder la esperanza, nos pasan los años, y cuando venimos a darnos cuenta, en el interior hemos claudicado de la fe. Nos sucede que ya sólo tenemos el cascarón de la religión, pero hemos perdido el deseo de un cambio profundo en el interior. Cristo es eficiente para transformarnos, y además Él puede y quiere hacerlo.
Si nos hemos convertido verdaderamente al Evangelio, creamos que el Espíritu de Vida también vivificará nuestros cuerpos mortales, y que en este tiempo puede transformarnos. Dice Romanos 8:33 “¿Quién encausará a los escogidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? 34 ¿Quién es el que condenará? ¿Cristo, el que murió? Más aún, Él es quien fue resucitado, el cual también está a la diestra de Dios, el cual también intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambruna, o desnudez, o peligro o espada?”. Cristo es el que murió por nosotros, Él ya nos redimió, ya nos justificó por medio de Su muerte en la Cruz del Calvario. Ya nadie puede acusarnos. Muchas veces no nos damos cuenta que nuestro propio ser es el que más nos condena, nos volvemos acusadores de nosotros mismos. Pero debemos pararnos en el cimiento nuevo, y echar fuera la condenación.
Apóstol Marvin Véliz
Que podamos entender que ya no tenemos que sentirnos condenados porque ya el señor murio por nosotros para que ya no haya condenación así que dejemos eso aún lado que la religión nos mete y mejor pidamole a Dios que transforme nuestra vida que el pueda trabajar en nuestro interior y que pueda fluir su vida en nosotros y que podamos dejar la religión que tenemos en nuestra vida quitarla y ser transformados por el amen. Benjamin
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