¡YO NO SÉ QUE ME PASÓ, NO SOY ASÍ!
¿Ha escuchado usted esta frase? ¿Cierto que a menudo la decimos nosotros?. Dice Santiago 1:13 “Nadie que es tentado, diga: Soy tentado por Dios. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie; 14 sino que cada uno es tentado cuando es atraído por la propia concupiscencia, y seducido. 15 Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, engendra el pecado, y el pecado, ya desarrollado, da a luz la muerte. 16 No os engañéis, amados hermanos míos” (BTX).
Este pasaje dice: “No os engañéis”, quiere decir que nos podemos engañar nosotros mismos. A veces pensamos que sólo podemos engañar a los demás, cuando en realidad también nos podemos engañar a nosotros mismos. Lo más terrible que le acontece al ser humano es convertirse en la guarida de un “Falso Yo”, con esa pseudo-identidad puede vivir engañado toda la vida.
El apóstol Santiago nos dice claramente en el pasaje que cada uno debemos hacernos responsables de nuestros actos pecaminosos. Si tenemos una vida licenciosa, o una manera incorrecta de vivir en alguna área, no nos justifiquemos porque eso es autoengañarnos. Muchas veces cuando nos vemos hundidos en el pecado le echamos la culpa a nuestro cónyuge, a nuestros padres, a los hermanos, etc. cuando el problema radica en nosotros. Sí es cierto que podemos caer en vicios a causa de la mala influencia que ejercen sobre nosotros las personas que nos rodean, pero el falso yo busca engañarnos con esto para que creamos que somos víctimas, y que otros fueron los victimarios. !No nos engañemos! No le creamos a nuestro Falso Yo, no es cierto que somos víctimas, no es cierto que somos buenos y que otros nos arruinaron, ¡No es así!, todos tenemos una naturaleza de bajeza a la que nos vamos acomodando. Por ejemplo, hoy en día los homosexuales aseveran que ya nacieron así, que ellos no hicieron nada para sentirse atraídos por alguien de su mismo sexo, y por lo tanto, no les queda otra opción que aceptarse tal como son; por lo demás, ellos creen que son buena gente. Lo mismo piensa el alcohólico, el drogadicto, la señora chismosa, etc. El homosexualismo, el alcoholismo, y cualquier otra concupiscencia que marca la identidad de los hombres, no son más que refugios emocionales a los cuáles nos hemos amoldado, y de los cuáles el Señor nos quiere liberar.
Todos los seres humanos, a causa de su naturaleza caída adámica, tratan de echarle la culpa de sus vicios y sus problemas de personalidad a sus antecesores, y a las personas que los rodean, pero debemos dejar eso a un lado y aceptar que necesitamos una restauración genuina de parte de Dios. Para Dios no es problema la condición pecaminosa del hombre, dice Romanos 5:20 “… mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. Dios puede hacer nuevas todas las cosas, Él es capaz de hacer algo de la nada. Dios pudo restaurar la creación misma en la que habitamos cuando ésta era un caos total. En Génesis 1 vemos que el Espíritu de Dios se movía, y poco a poco, bajo la palabra de Dios todas las cosas fueron restauradas. Así mismo Dios puede restaurar nuestras vidas, lo único que tenemos que hacer es destruir el fundamento antiguo de confiar en nuestra naturaleza, y creer que en ella hay bondad. Muchas veces Dios mismo permite que sucumbamos en el pecado, que tropecemos, que lleguemos al fondo, para que no confiemos en la carne, y nos demos cuenta que en nosotros no hay nada bueno.
Nuestro Falso Yo se entreteje sutilmente en nuestra propia justicia. A muchos les cuesta aceptar que tienen una naturaleza de bajeza porque ven que tienen cosas “buenas en sí mismos”. No vamos a negar que el ser humano tiene ciertos vestigios de bondad; esto se da a causa de que tenemos el sello de la manufactura divina. Dice el Salmo 100:3 “Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado”. La raza humana, en su estado primigenio fue hecha por Dios a Su Imagen y semejanza, sólo que ahora es un modelo descontinuado, caído, y degradado por el pecado que heredó de Adán. Al ver algún acto de bondad en sí mismos, muchos creen que no son tan malos, y así es como justifican su pecado. ¡No nos engañemos! Reconozcamos que el pecado está a la puerta de nuestro día a día, y más bien, aceptemos la gracia que nos brinda nuestro Señor Jesucristo, pues, sólo en Él podremos ser verdaderamente libres. El Falso yo siempre va a engañarnos con la auto justicia, éste nos inducirá a creer que nosotros no pecamos, sino que otros nos inducen al pecado; nos hará pensar que somos buenos, pero de vez en cuando nos equivocamos.
Dios no quiere que nos hundamos en el pozo de la desesperación a causa de la naturaleza caída en la que habitamos; tampoco estamos compartiendo esta verdad para que nos demos a golpes a causa de nuestra condición; lo que tratamos de decir es que Dios sí quiere restaurarnos y liberarnos, pero antes, es necesario que sea desmantelado nuestro Falso Yo. Dios no se inmuta al ver nuestro pecado. En una ocasión una turba venía alborotada queriendo apedrear a una mujer que habían hallado en el acto mismo del adulterio, y le preguntaron al Señor qué debían hacer con ella, pero al final las palabras del Señor fueron: “Yo no te condeno, vete y no peques más”. Por supuesto, Dios no quiere que pequemos porque el pecado nos trae muerte. Más bien, reconozcamos que la naturaleza en la que habitamos es mala, sin que esta realidad nos induzca a la culpa, o a la condenación; lo único que queremos es dejar al descubierto que tenemos un Falso Yo que nos hace creer que no somos tan malos, pues, así es como nos engaña, nos destruye y nos aleja de la posibilidad de una verdadera liberación. Si no desmantelamos las artimañas de nuestro Falso Yo, éste seguirá causándonos más daño; si nos aferramos a las caretas de auto engaño, lejos de ser libres, el Falso Yo se va a posicionar más en nosotros, al punto que nos alejará más y más de una Vida libre y plena que nos ofrece el Señor.
Apóstol Marvin Véliz
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