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LAS REUNIONES DE IGLESIA SON EL ESLABÓN QUE HACE POSIBLE QUE LO DIVINO SE HAGA PRÁCTICO ENTRE LOS HOMBRES


LAS REUNIONES DE IGLESIA SON EL ESLABÓN QUE HACE POSIBLE QUE LO DIVINO SE HAGA PRÁCTICO ENTRE LOS HOMBRES

Al estar reunidos como Iglesia vivimos, experimentamos y expresamos a Cristo. Si no hubieran reuniones todo quedaría a nivel de revelación o doctrina, pero no pudiéramos vivir, experimentar, ni manifestar la realidad del Cuerpo de Cristo. Si algún creyente dijera: “No me voy a congregar en ninguna iglesia, pero voy a buscar al Señor a solas y voy a leer la Biblia”, si fuera honesto y fiel en hacer éstas cosas, llegaría el momento en que tendrá que sentirse agobiado por no congregarse, pues, la Biblia nos grita por todos lados que es necesario congregarnos. Qué va a hacer este hermano ante los versos de la Biblia que dicen: “No os dejéis de congregar”; “soportaos los unos a los otros”; “sométanse los unos a los otros”; “el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”; etc. Es imposible evadir la ordenanza de tener reuniones con nuestros hermanos, nadie puede tener plenitud en Dios si no se congrega. Para Dios es necesario, santo y justo que nos reunamos, es Su Oikonomia. No pensemos que tenemos derecho al Evangelio si no pagamos el precio de estar reunidos. Dios en su Oikonomia neotestamentaria del tiempo presente no trata con individuos, trata con Su Iglesia, trata con los creyentes que se reúnen en Su Nombre en su localidad.

El principio de Dios es que nos reunamos localmente. Si se diera el caso de que alguien no encontrara una segunda persona con quién reunirse en su localidad, ya no sería un problema de él, es un designio divino. Pero normalmente Dios se ocupa que, en cada localidad, hayan al menos dos o tres que se reúnan en Su Nombre. Dios no ve bien que en una localidad haya una Iglesia y alguien decida ir a congregarse a otra ciudad; Dios no aprueba tal actitud bajo ningún punto de vista. Estos principios no son un invento, están en La Escritura, lo dijeron los apóstoles del Señor, por lo tanto, debemos ponerlos por obra.

Yo sé que hoy en día hay muchas iglesias en una misma localidad; esto no debería ser así, pero es la consecuencia de haber convertido la Iglesia del Señor en una institución. Debido a que hay tantas denominaciones, a algunos hermanos les es difícil encontrar una iglesia orgánica que quiera reunirse bajo la oikonomia de Dios. La voz de la profecía dice: “Salid de en medio de ella pueblo mío…”, es obvio que tenemos que salir de la Iglesia institucional. Si alguien está viviendo el caso de no tener alguien más con quien reunirse, pues, conviértase en un misionero en su localidad, comparta este evangelio y tarde o temprano habrá uno más que crea su mensaje. No tengamos temor a expandirnos, no tengamos temor de irnos a vivir a lugares donde no hayan iglesias orgánicas, al contrario, procuremos movernos con la visión de ser misioneros y plantarnos cual semilla, esperando que Dios nos permita multiplicarnos. El problema de muchos hermanos es que se mueven a otros lugares bajo sus propios intereses, sin visión de edificar la Iglesia, y ni modo, se paran muriendo espiritualmente. El libro de los Hechos nos narra que llegó un tiempo en el cual todos los creyentes fueron esparcidos de Jerusalén, y sólo se quedaron los apóstoles; todos los demás hermanos emigraron, pero lejos de abandonar la fe se fueron a plantar como iglesias a las ciudades a donde Dios los había guiado. El trabajo de los apóstoles consistió después en llegar a las localidades donde habían sido esparcidos para confirmarlos en la fe. Así que hermanos, tengan visión de establecerse como iglesias locales, aún así los dos o tres sean los miembros de la familia; papá, mamá, e hijos reunidos en el Nombre del Señor pueden ser una Iglesia local; plántense en una ciudad como misioneros y dedíquense a predicar a Cristo.

Sólo mientras estamos reunidos lo divino podrá volverse práctico entre los hombres. El objetivo de las reuniones no es darle lugar a lo nuestro, sino a Cristo. Por ejemplo, cuando nos reunimos para celebrar la Cena del Señor, no se trata de que comamos lo que más nos gusta, sino que, mientras estemos reunidos en el Nombre del Señor, comamos con alegría y sencillez de corazón con los hermanos, haciendo así expresamos y manifestamos la naturaleza divina a través de algo natural. No le imprimamos nuestro gusto personal a las reuniones, al contrario, dejemos que lo de Dios se pueda palpar a través de ellas. Otro ejemplo de esto es la “alabanza”, siempre queremos alabar al Señor con cantos, y generalmente cantamos lo que nos gusta a nosotros, cuando debemos dejar que sea el Señor quien alabe al Padre en la congregación. Dice Hebreos 2:11 “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, v:12 diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré”. Es el Señor quien debe decidir cómo lo alabamos, y si cantamos debemos disponernos a cantar lo que Él nos diga que cantemos. No hay espacio para nuestros gustos en las reuniones, no hay espacio para el “yo” individualista de cada hermano. Entre más individualistas seamos, menos manifestación y expresión del Cuerpo de Cristo tendremos; pero si nos disponemos a menguar, y por práctica el amor y la unidad, abriremos espacios para que lo divino se fusione con lo humano.

Las reuniones orgánicas no las vamos a alcanzar de la noche a la mañana, pero enfoquémonos hacia eso. Procuremos que nuestras reuniones nos lleven a Cristo, y que todas las cosas sean en Él y para Él. El objetivo primordial que debemos tener al reunirnos es ser Uno con Cristo. Es mejor la unidad del Cuerpo, que diez milagros que no reflejen a Cristo al mundo. Es mejor la unidad del Cuerpo, que veinte coros aislados de Cristo; nada es más importante, en relación al Plan de Dios, que expresar y manifestar al Hijo. La Iglesia no necesita súper miembros, necesita ser un Cuerpo que crezca juntamente con todos sus miembros.

Apóstol Marvin Véliz

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