CÓMO EL SEÑOR DESMANTELÓ EL FALSO YO DE JUAN EL BAUTISTA
No sería un mal nombre que a los Evangelios le llamáramos: “Crónicas del desmantelamiento de los programas emocionales de parte del Señor para con los hombres”. Es increíble como Los Evangelios narran el encuentro transformador que los hombres tenían con el Señor. Al revisar el Nuevo Testamento nos damos cuenta de que cada vez que Jesús se juntaba con alguien, Él provocaba una situación, o decía algunas palabras que desmantelaban el Falso Yo de las personas. Podemos definir al “Falso Yo” como la personalidad que desarrollamos a lo largo de nuestra vida, en lugar de ser la imagen y semejanza de Dios.
Muchos cuando se convierten al Señor, sólo obtienen una modificación a su Falso Yo; es decir, cambian los malos hábitos, o los ritos, pero su naturaleza sigue siendo la misma. El verdadero Evangelio va a desmantelar la fachada de nuestro Falso Yo, y le dará paso a la Vida de Jesús en nosotros. Dios no quiere que finjamos ni que vivamos reprimidos, Él quiere que seamos transformados, y que seamos libres.
Un ejemplo de la obra que el Señor quiere hacer en nosotros lo vemos en la vida de Juan el Bautista. Recordemos que este hombre fue apartado por el Señor desde el vientre de su madre. Luego fue llevado al desierto a vivir en soledad, con muchas limitantes, al punto que comía miel y langostas. Sus vestidos eran raros, de pelo de camello. Creció sin holgura en su alma, preparándose para el ministerio que Dios le había prometido. A los treinta años comenzó a predicar y a bautizar, pero tan sólo seis meses más tarde apareció el Señor Jesús para ser bautizado por él en el Jordán. Juan dijo abiertamente que él no era el Mesías, que solo era la voz que preparaba el camino para el aparecimiento de Jesús. Cuando el Señor llegó al Jordán, Juan lo reconoció, y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La aparición del Señor en el Jordán fue crucial para Juan, porque desde ese momento comenzó el proceso de desmantelamiento de su Falso Yo. ¿Se puede imaginar a Juan, toda una vida abnegada esperando ejercer un ministerio, y que de pronto le digan que eso sólo va a durar seis meses? Para colmo de males muchos de sus discípulos se empezaron a ir en pos de Jesús. Además, el Señor empezó a bautizar a muchos que lo seguían, al igual que lo hacía Juan. En otras palabras, Jesús vino a ser una competencia para Juan. El Señor fue un probatorio para Juan, así empezó a ser desmantelado, así empezó a evidenciarse lo que realmente era este tremendo profeta. Cualquiera de nosotros sabe lo que surge en nuestros corazones cuando alguien nos hace la competencia; nos brota el enojo, la envidia, la arrogancia, etc. Pero para darle el último tiro de gracia, Dios permitió que Juan fuera encarcelado. Y hasta ese punto él ya no soportó, por eso le mandó a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?”. Juan había tratado de mantener sus apariencias, su careta, su Falso Yo de ser un tremendo profeta. Él se jactaba de tener la revelación de que Jesús era el Mesías, pero el proceso de desmantelamiento fue incrementándose cada vez más, hasta que él quedó expuesto, y salió lo que realmente había en su corazón.
Todos tratamos de ser como Juan; procuramos siempre mostrar nuestra mejor versión; procuramos por todos los medios que no se nos vean nuestras fallas. Servimos en la Iglesia no para el Señor, sino por orgullo, para que hablen bien de nosotros. Bien puede toda la gente que nos rodea decir que somos consagrados, infalibles, intachables, pero sólo Dios sabe realmente lo que somos, y de lo que debemos ser libres. Hay creyentes que tienen un alto concepto de sí mismos, creen que la Iglesia donde se congregan está de pie gracias a su entrega y disposición. Hay otros creyentes que están conscientes de los errores de la religión, pero dicen que no se salen de las denominaciones por amor a los hermanos. ¡Mentirosos! No dejan las denominaciones porque las jerarquías los hacen gozar de buena fama, y solapadamente disfrutan de ese orgullo. Así era lo que estaba viviendo Juan el Bautista, no era posible que tanto esfuerzo y sacrificio de su vida durara sólo seis meses. Juan empezaba a gozar de buena fama, de buena reputación, de ser un gran profeta de Dios, etc. y de pronto, todo se estaba yendo por la borda. ¡Qué tremendo cómo se arraiga el Falso Yo, y se disfraza aun de las cosas de Dios! El Señor Jesús no quería dañar a Juan, más bien quería liberarlo de su Falso Yo, pero él se resistía, no quería ceder sus logros personales. Hermanos, el Señor a nosotros también quiere liberarnos, quiere transformarnos, por lo tanto, aprendamos a ceder nuestra vida por la de Él.
El final de la historia de Juan fue tremendo, y de ello debemos aprender lecciones. Juan se resistió tanto a ceder su vida ante la del Señor, que finalmente terminó no sólo encarcelado, sino decapitado. Muchas veces Dios nos habla de manera suave, con mucho amor nos dice que cedamos nuestra vida, pero ante nuestra renuencia Dios tiene que ocupar métodos más duros. La cárcel no fue el fracaso de Juan, más bien fue el método de desmantelamiento que Dios ocupó para quitarle la careta que él había usado toda su vida. En la cárcel Juan quedó al descubierto, se dio cuenta que no era el gran hombre de fe que decía ser, se dio cuenta que no era un gran profeta, se dio cuenta que no sabía nada, que sólo era un religioso.
Según la historia, Juan era un hombre que perteneció al grupo de los Esenios, un grupo religioso que vivían en el desierto de manera monástica, por lo tanto, creció lleno de justicia propia, se creía más santo que los demás. Lo más seguro es que también creció sin el cariño de sus padres con tal de dedicarse a la observancia de la ley. Por lo que logramos ver a grandes rasgos, sucedieron muchas cosas que hicieron que Juan se convirtiera en alguien independiente, rígido, fuerte, seguro, de mucho vigor espiritual, etc. Pero Dios que es sabio, y que todo lo sabe, llevó a Juan a un punto en el cuál se rompería su Falso Yo. Eso que le mandó a preguntar al Señor: “¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?” no era tanto una pregunta, sino un mensaje de lo más profundo de su ser. En ese momento Juan le estaba diciendo al Señor: “En realidad soy un hombre con muchas dudas, soy un hombre que ha perdido la fe, tengo demasiados conflictos internos, ya no puedo creer a la palabra, soy alguien que sabe mucho de la Biblia pero no la puede volver una experiencia, aquí en la cárcel la soledad me está matando, estoy lleno de temores, etc.”. Esto llevó a Juan a un desmantelamiento de su ser. De hecho con esa pregunta él quedó expuesto ante sus propios discípulos, allí surgió aquel niño que había crecido lleno de muchos temores e inseguridades, aquel niño que vivió en soledad, sin el afecto de sus padres, sin embargo, esa crisis fue la llave para su liberación.
Cuando Dios escuchó aquellas palabras de Juan, Él le hizo el milagro más grande, permitió que “le cortaran la cabeza”. Esto es una figura de libertad. ¿Acaso los conflictos más grandes no son los que tenemos en nuestra cabeza? Nuestra cabeza está llena de pensamientos negativos, ella nos impide hacer lo que Dios desea que hagamos. En la mente tenemos estructuras mezquinas, egoístas, envidiosas, etc. Dios quiere liberarnos de nuestra manera de pensar, porque con los pensamientos ocultamos nuestros traumas, nuestras debilidades, nuestros refugios emocionales, etc.
Todos experimentamos problemas desde nuestros primeros días de vida, aun desde que estamos en el vientre de nuestra madre. Pero al ser bebés, o infantes, no nos importa lo que los demás piensen de nosotros, por la razón de que no hacemos uso de la razón. Sin embargo, cuando empezamos a hacer uso de la mente reflexiva, es entonces cuando se origina de manera más contundente el Falso Yo. Para que entendamos esto, pensemos en un sencillo ejemplo hipotético. Imaginemos a un niño en la primera etapa de su vida, él al igual que la mayoría de bebés lloran por tener la protección de sus padres. Luego este niño empieza a ir a la escuela, y al verse rodeado de gente que no conoce, empieza a llorar por su mamá. A este infante para nada le da pena llorar por su mamá delante de sus amiguitos. Él sabe que llorando tendrá la atención de su mamá, y por ende va a recibir ese refrigerio psicológico al que ya está acostumbrado. Pero de pronto, empieza a acercarse a la última etapa de desarrollo, y ahora ya le da pena llorar; se da cuenta que si llora los demás se van a burlar de él. Al verse en esta situación, el niño comienza a tratar de ocultar esa dependencia de sus padres, y empieza a fabricar una careta de rudeza, de fuerza, de independencia, de que se puede valer por sí mismo, etc. Así es como muchos niños se vuelven violentos, y empiezan a golpear con sus compañeros, porque tratan de ocultar su vulnerabilidad, soledad, y desamor. Esto es el falso yo. Esa falsa forma de ser es la que el niño convierte en su personalidad hasta llegar a la adultez.
Ese niño que ejemplificamos pudo haber sido Juan el Bautista, o cualquiera de nosotros. Es por eso que el Señor llevó a Juan hasta la cárcel con tal de arrancarle esa careta conformada de sus múltiples programas emocionales que venía arrastrando desde su niñez. Dios nos quiere liberar de nuestro Falso Yo, y seguramente nos llevará hasta la cárcel, o a algún punto en la vida en la cual seamos desmantelados de nuestro viejo hombre. Todo depende de cuánto estemos dispuesto a ceder, y a aceptar que Él haga esa obra en nuestras vidas.
Apóstol Marvin Véliz
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