UN VINO CELESTIAL

UN VINO CELESTIAL

Juan 2:1 “Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús; v:2 y también Jesús fue invitado, con sus discípulos, a la boda. v:3 Cuando se acabó el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. v:4 Y Jesús le dijo: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí en esto? Todavía no ha llegado mi hora. v:5 Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que El os diga. v:6 Y había allí seis tinajas de piedra, puestas para ser usadas en el rito de la purificación de los judíos; en cada una cabían dos o tres cántaros. v:7 Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde. v:8 Entonces les dijo: Sacad ahora un poco y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. v:9 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, y como no sabía de dónde era (pero los que servían, que habían sacado el agua, lo sabían), el maestresala llamó al novio, v:10 y le dijo: Todo hombre sirve primero el vino bueno, y cuando ya han tomado bastante, entonces el inferior; pero tú has guardado hasta ahora el vino bueno.

Quiero iniciar este artículo con un pensamiento que creo firmemente: “En esta vida terrenal, tarde o temprano, a todos se nos termina el vino”, y entiéndase por “vino” todo aquello que en determinado momento de nuestra vida nos causa placer. Todo lo que no es de Dios, o llámele todo lo natural, tarde o temprano se desgasta, y desaparece. Tal experiencia es algo que también le sucede a todos los mortales, aún a los hijos del Señor.

En medio de nuestra experiencia humana podemos darnos cuenta cómo las cosas que provienen de esta vida natural, tales como: las amistades, nuestro empleo, la pasión de una relación sentimental, el dinero, etc. tarde o temprano se marchitan y se quedan sin el vino del placer que muchas veces producen en sí mismas. Esto no es algo anormal, al contrario, es algo muy típico de la naturaleza mundanal, todo nace en algún momento, crece, se desarrolla y luego se desvanece entre nuestras manos.

Esto es lo que vemos que sucedió en la famosa boda de Caná de Galilea, una fiesta que se interrumpió a raíz de que se terminó el vino, el elemento que estaba produciendo alegría, plática, un buen ambiente, etc. y aunque la boda no había terminado, el placer que producía el vino se estaba acabando. Lo que me llama la atención de esta figura, y la aplicación que le daré a este pasaje, es que en esta fiesta se encontraba la madre de Jesús. Bien podemos decir, a manera de aplicación, que en este caso María es una figura de la iglesia; Cristo mismo en una ocasión dijo: “mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mateo 12:46). Así que allí estaba la madre del Señor (figura de la Iglesia), los discípulos y el Señor mismo, sin embargo, el vino se acabó. ¡Qué tremenda figura! ¿Es posible que nosotros los creyentes perdamos el gozo, el placer, y la alegría aún cuando el Señor mismo está con nosotros? Hermanos, nosotros debemos aceptar que a pesar de que vivamos dentro de la esfera del Cuerpo de Cristo, a pesar de que tengamos la ayuda de los ministerios, la Vida del Señor fluyendo en nosotros, un día el vino se nos acabará, se nos terminará el gozo que experimentamos cuando comenzamos a caminar con el Señor. Nos guste o no, esta experiencia no le acontece sólo a los inconversos, sino que le sucede también a los hijos del Señor.

Si recordamos los versículos que citamos al inicio, vemos que María le hizo saber al Señor  la necesidad apremiante de tener más vino, pero a pesar de todo, nada de eso conmovió al Señor a obrar. A nuestro parecer, ese era el momento oportuno en el cual Jesús tenía que hacer algo, pero sorprendentemente, esa necesidad no conmovió al Señor a convertir el agua en vino. Bien podríamos pensar que la necesidad es lo que hace que el Señor actúe, pero en realidad esto no es así. A veces pensamos que si tenemos un problema el Señor actuará rápidamente, o si estamos en una dificultad el Señor saldrá a nuestra defensa. Si leemos bien este pasaje, vemos que el Señor, en palabras muy educadas (me imagino yo) le respondió a su madre: “y a nosotros que nos importa mujer, no me voy a meter en este asunto del vino, no es mi problema”.

La realidad es que lejos de querer hacer algo con respecto a la necesidad en las bodas, en pocas palabras, le dijo a María: “no te metas”. Esto nos muestra el carácter del Señor, Él jamás actuará en nosotros el milagro de darnos el vino celestial solamente porque estemos en una necesidad. 

Ustedes ya saben y conocen el final de la historia, el Señor finalmente les abasteció de vino nuevo. Hermanos, para los que son hijos del Señor siempre habrá un mejor vino, el vino celestial. El punto clave es saber que el Señor no da ese vino bajo la presión de una necesidad. Antes, yo pensaba que el Señor siempre necesitaba un espacio en la necesidad humana para poder obrar, pero no es cierto. Si el Señor apareciera en cada necesidad, entonces nadie tuviera problemas.

En aquella ocasión de las bodas de Caná, María logró captar que el Señor no iba a actuar sólo porque no había vino, es decir por la necesidad, pero se levantó y fue a decirles un secreto a los servidores de la fiesta: “hagan todo lo que Él les diga”. El secreto para que el Señor ponga de su vino en todos los aspectos de nuestra vida, incluyendo todo lo natural que tenemos, es que aprendamos a hacer todo lo que Él nos dice. La oportunidad que el Señor espera para que nosotros tengamos el vino celestial, el cual no proviene de nada en esta tierra, es que nosotros aprendamos a obrar según Su Palabra.

Ahora bien, ya conocemos el secreto de cómo adquirir el vino del Señor, sólo que hay un conflicto grande, éste es: “que en nosotros mismos no tenemos la capacidad de obedecer al Señor”. Somos tremendamente ajenos a obedecer a Dios, dice Romanos 8:7 “ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo”. Cuando nos confrontamos a la palabra que María dijo: “hagan todo lo que Él les diga”, debemos también encontrar el secreto de cómo obrar según lo que Él nos dice.  Entiendo por el pasaje, que obedecer al Señor era la clave para obtener el vino nuevo. Por lo tanto, si aplicamos ese principio a nuestras vidas, tendremos vino nuevo. Hermanos, si nosotros hacemos todo lo que Él nos dice nos irá bien en la vida, el punto es que hacemos exactamente lo que Él no nos dice, y es más, cuando nos enteramos de lo que Él quiere y desea de nosotros, no tenemos la capacidad para hacerlo.

¿Cómo hacer, entonces, lo que el Señor nos manda?

Ya sabemos que al final de cuentas la vida o la muerte, la felicidad o el fracaso estriban en qué tanto obedecemos. Nos parezca o no, este es un principio en el Señor. Hay una carta de las Escrituras que nos enseña un poco más acerca de esto. Dice Santiago 2:14 “Hermanos míos, si alguno dice que tiene fe y no tiene obras, ¿de qué sirve? ¿Puede acaso su fe salvarle? v:15 Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta la comida diaria, v:16 y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? v:17 Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. v:18 Sin embargo, alguno dirá: "Tú tienes fe, y yo tengo obras." ¡Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras!”

El que tiene una fe genuina, por ende tendrá obras. Entonces, si nosotros lo que queremos es obedecer a Su Palabra, debemos gestar esa obediencia en la matriz de la fe. En la realidad, la obediencia es la respuesta a lo que creemos. En las boda de Caná, Jesús les dijo: “Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde”. Si somos honestos, la orden que les dio el Señor a aquellos hombres no fue congruente con la necesidad que tenían en aquel momento. La virtud digna de imitar de los siervos, fue que decidieron creer y obedecerle al Señor.

Eso mismo es lo que espera el Señor de nosotros, que le creamos. Si nosotros aprendemos a creer en la Palabra del Señor, y ponemos fe a todo lo que Él nos pide, automáticamente tendremos la capacidad divina para obedecer. Cuán necesario es que atendamos la voz del Señor. Si podemos captar por el espíritu la voz del Señor y Su voluntad, aferrémonos a esa palabra, creámosla de todo corazón, pues, al hacer esto, obtenemos la fuerza necesaria para obrar en base a esa Palabra. Esta fe debe ser práctica, es como que al salir de mi casa, si yo creo, y estoy convencido completamente que va a llover, llevo un paraguas. Si yo no creo firmemente que ha de llover, lo más seguro es que puedo arriesgarme a salir de casa sin el paraguas. Así mismo en el Señor, sólo si creemos firmemente a Su Palabra, también podremos obedecerle.

Quiero terminar remarcando una vez más las mismas palabras que dijo aquella mujer sabia en medio de las bodas: “hagan todo lo que Él les diga”, y les aseguro amados de Dios que Él no es hombre para que mienta ni hijo de hombre para que se arrepienta, Él jamás dejará avergonzado a todo aquel que cree en Él. Un vino nuevo, un gozo celestial, un nuevo deleite vendrá si hacemos lo que Él nos dice. ¡Amén!

Apóstol Marvin Véliz