SER UN BUEN OIDOR

SER UN BUEN OIDOR

Es bueno mantener el anhelo de querer llegar a ser grandes hombres de la palabra, pero el fundamento no consiste solamente en poder hablar, si no primeramente en escuchar, tal como Pablo dice en Romanos 10:14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? Lo primero que necesitamos antes de ser enviados a predicar es poder oír la voz del Señor. 

El servicio al Señor está basado en la voluntad de Él mismo, Su voluntad debe de ser expresada (hablada) para que se pueda llevar a cabo en la tierra; por lo tanto, oír la voz del Señor es indispensable para servirle.

Esta fue la actitud de Cristo en la tierra, dice Juan 6:38 “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. El Señor no basó su Ministerio en lo que quería hacer o decir, si no en lo que oía decir al Padre. La base de nuestro servicio debe ser oír los deseos del Padre, luego estaremos aptos para hacer Su obra. Recordemos que Su voluntad está envuelta en un misterio que nos debe ser revelado, tal como dice Efesios 1:9 “…nos dio a conocer el misterio de su voluntad…” no debemos ser adelantados o apresurados para hacer una o muchas cosas para el Señor, sino tengamos primeramente el hábito de oír Su voz, esperemos que el Espíritu Santo nos revele el misterio de la voluntad del Padre.

Por otro lado, necesitamos oír la voz de Dios para mantenernos fieles en nuestra caminata con el Señor. Dice el Salmo 143:8 “Por la mañana hazme oír tu misericordia, porque en ti confío; enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma”. La clave para mantenernos en los caminos del Señor es que oigamos Su voz.  No es ni siquiera el decir que “amamos la verdad” lo que nos mantendrá en Sus caminos, porque la verdad es Cristo, y el amor por Él no se refleja en cuanto hablamos, si no en cuanto atesoramos lo que Él dice. El Señor mismo nos dijo esto: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14:15). Sólo oyendo Su voz permaneceremos en Su voluntad. Mantenernos fieles al Señor no tiene su base en la inventiva, iniciativa o visión del ser humano, sino en la obediencia con la que respondemos a Su voz. 

Oír la voz del Señor es una habilidad espiritual, no debemos tratar de oírla sólo cuando tenemos necesidades, sino debemos aprender a escucharlo aun cuando vamos a tomar decisiones muy sencillas. Por ejemplo: ¿Debemos salir a pasear o no?, ¿debemos de hacer un negocio o no?, etc. Los que se ejercitan en esto son los que realmente los que alcanzan madurez y caminan constantemente bajo la guianza del Señor. Dice Romanos 8:14 “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios”. Aquí la palabra en el original es “huios”, que quiere decir “hijos maduros”. El hijo maduro es el que aprende a oír la voz del Señor en todo momento. 

Dios habla de forma general (un llamamiento), pero también hablará de manera específica (qué hacer dentro del llamamiento). Debemos de tener diligencia para obrar en base a lo que Dios ya nos dijo, pero a la hora de hacer algo, debe estar presente la palabra específica. No debemos apresurarnos a hacer lo que el Señor no nos ha hablado aún. Un ejemplo de esto es el caso de Pablo, dice Hechos 16:7 “y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. v:8 Y pasando por Misia, descendieron a Troas. v:9 Por la noche se le mostró a Pablo una visión: un hombre de Macedonia estaba de pie, suplicándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. v:10 Cuando tuvo la visión, enseguida procuramos ir a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el evangelio”. Pablo y sus compañeros sabían que tenían que ir a un lugar, porque eran enviados, es decir, eran “apóstoles”,  pero tenían que esperar una voz específica de parte de Dios que les dijera a donde tenían que ir. En este caso, vemos que Pablo recibió la guianza a través de una visión. Aunque no debemos depender totalmente de experiencias tales como una visión, debemos prestar atención a lo que Dios nos habla a nuestro espíritu, porque Sus palabras son Espíritu y son vida.

OÍR LA VOZ DEL SEÑOR ES UNA HABILIDAD ESPIRITUAL QUE DEBEMOS RECUPERAR.

Inmediatamente después que el hombre cayó, su naturaleza se hizo inepta para escuchar la voz del Señor. Dice Génesis 3:8 “Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto”. La raza humana caída, de por sí, no percibe la voz de Dios, y no es que Dios no hable, si no que nosotros somos los que no sabemos oír. A la mayoría les sucede como el caso del niño Samuel, que aunque oía algo físicamente, su oído no había sido abierto aún para atender claramente la voz de Dios.

Dice 1 Timoteo 4:16 “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan”. La frase “ten cuidado de ti mismo” se puede traducir como: “presta constante atención”, “estar atento”, “quedarse por algún tiempo”, “estar asidos”, “observar”. Debemos poner atención a lo que el Señor nos diga a nuestro espíritu. Debemos aprender a oírlo en nuestro interior. Dice el Salmo 42:7 “Un abismo llama a otro abismo a la voz de tus cascadas…” Sólo lo que brote del interior, de lo profundo de nuestro espíritu puede tocar el espíritu de otra persona. No procuremos escuchar a Dios en al ambiente, debemos oírlo en nuestro espíritu, porque ese es el lugar de su habitación.

Ahora  bien, dice Efesios 3:16 “que os conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior; v:17 de manera que Cristo more por la fe en vuestros corazones…”. El Señor anhela morar en el corazón del hombre, no solamente en el espíritu. El corazón es el eslabón entre el alma y el espíritu, es donde converge el alma y el Espíritu. El corazón responde a la conciencia del ser del hombre. Es necesario que Él llegue a morar en el corazón, porque del corazón vienen los pensamientos. Si le permitimos que more en el corazón, entonces instantáneamente en cualquier momento de la vida tendremos algo de Dios para compartir, sin tener que estarnos conectando al espíritu cada vez que queramos hablar algo de Dios. 

Dice Mateo 12:33 “O haced bueno el árbol y bueno su fruto, o haced malo el árbol y malo su fruto; porque por el fruto se conoce el árbol. v:34 ¡Camada de víboras! ¿Cómo podéis hablar cosas buenas siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. v:35 El hombre bueno de su buen tesoro saca cosas buenas; y el hombre malo de su mal tesoro saca cosas malas. v:36 Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. v:37 Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. Cuán importante es que cuidemos nuestro corazón, porque haciendo esto nos salvaremos a nosotros mismos y a los que nos escuchan. 

Oír la voz del Señor es un asunto que tiene que ver con la obediencia.

Si nuestro corazón esta dispuesto a obedecer lo que el Señor nos quiere decir, entonces nuestro oído espiritual también estará abierto para oír. Cuando en lo natural no queremos oír, nuestros niveles auditivos bajan, y en lo espiritual esto es peor. En lo espiritual sucede como cuando los hijos no oyen que sus padres los están mandando a hacer algo, no oyen porque en el fondo ellos no están dispuestos a obedecer.

Dice Deuteronomio 1:43 “Y os hablé, pero no quisisteis escuchar. Al contrario, os rebelasteis contra el mandamiento del Señor, y obrasteis con presunción, y subisteis a la región montañosa”. Este pasaje nos evidencia que cuando nos distraemos en otras cosas o al fin y al cabo no queremos obedecer, no escuchamos tampoco la voz de Dios. 

Entre más disposición de obediencia tengamos hacia la voz de Dios, podremos escucharlo con más claridad. Terminemos leyendo estos hermosos versos de Deuteronomio 4:29 “Pero de allí buscarás al Señor tu Dios, y lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma. v:30 En los postreros días, cuando estés angustiado y todas esas cosas te sobrevengan, volverás al Señor tu Dios y escucharás su voz”.

¡Dios les bendiga!

Apóstol Marvin Véliz