LECCIONES QUE TENEMOS DE LA CONVERSION DEL APOSTOL PABLO

LECCIONES QUE TENEMOS DE LA CONVERSION DEL APOSTOL PABLO

Hechos 22:3 “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, educado bajo Gamaliel en estricta conformidad a la ley de nuestros padres, siendo tan celoso de Dios como todos vosotros lo sois hoy. v:4 Y perseguí este Camino hasta la muerte, encadenando y echando en cárceles tanto a hombres como a mujeres, v:5 de lo cual pueden testificar el sumo sacerdote y todo el concilio de los ancianos. También de ellos recibí cartas para los hermanos, y me puse en marcha para Damasco con el fin de traer presos a Jerusalén también a los que estaban allá, para que fueran castigados. v:6 Y aconteció que cuando iba de camino, estando ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una luz muy brillante fulguró desde el cielo a mi derredor, v:7 y caí al suelo, y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” v:8 Y respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y El me dijo: “Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues.” v:9 Y los que estaban conmigo vieron la luz, ciertamente, pero no comprendieron la voz del que me hablaba. v:10 Y yo dije: “¿Qué debo hacer, Señor?” Y el Señor me dijo: “Levántate y entra a Damasco; y allí se te dirá todo lo que se ha ordenado que hagas.” v:11 Pero como yo no veía por causa del resplandor de aquella luz, los que estaban conmigo me llevaron de la mano y entré a Damasco”.

En la experiencia que tuvo Pablo en el tiempo de su conversión vemos que, yendo de camino a Damasco, un resplandor del cielo lo hizo caer al suelo. Lo que realmente el Señor estaba haciendo en ese momento con Pablo era truncarle el camino de su carne, sus planes humanos, así como su sed y pasión religiosa. Tal como le sucedió a este hombre, es lo que Dios permite que le suceda a todos sus hijos.

A veces nosotros como creyentes, lo que menos nos interesa es que Dios nos confronte. Muchas veces llegamos al punto de decir: “A mi Dios no me habla”. Eso no es así, lo que nosotros queremos es tener una visión, una aparición sobrenatural en la cual nos digan que no debemos hacer tal o cual cosa o viceversa. Si fuéramos sencillos para con Dios, al primer encuentro con Su Palabra le obedeceríamos. Me llamó la atención que a Pablo aquella experiencia de luz del cielo le causó una ceguera en el plano natural, pero le sirvió para poder ver espiritualmente. Pues eso es lo que debe pasarnos a nosotros, que Dios nos envíe Su luz y que nos cause ceguera en algún punto de nuestra vida natural, para que así podamos ver con mayor claridad en el plano espiritual.

Cuando Dios nos quiebra, nos humilla, nos lleva al borde de la muerte y nos hace padecer en lo físico, es porque nos está hablando a gritos. ¿Qué nos sucede cuando nos alcanza la adversidad, el dolor y las tribulaciones? ¿Se nos abren los ojos espirituales o se nos cierran más? Al apóstol Pablo la ceguera de sus ojos naturales le provocó que sus ojos espirituales le fueran abiertos. A muchos de nosotros nos sucede lo contrario, los dolores que padecemos nos cierran el corazón para con Dios, nos escandalizamos de lo que Él provoca en nosotros y pasamos por alto la oportunidad de volvernos a Él. En su caso, vemos que el apóstol Pablo entendió que esa luz cegadora del cielo era poderosa, por lo tanto, él se humilló, la aceptó y volvió su corazón a Dios.

Si nos fijamos en el relato de este acontecimiento, nos damos cuenta que no fue la luz propiamente la que le habló a Pablo. Dice que como al mediodía, de repente una luz muy brillante fulguró desde el cielo a su derredor. Inmediatamente, un hombre como Pablo que no era un hombre ajeno a las cosas de Dios, hizo deducciones, sabía que aquella luz era algo extraordinario, reconoció que detrás de esa luz estaba alguien grande, pudo interpretar y distinguir que detrás de esa luz estaba la mano de Dios misma.

Cuando Pablo estaba en el suelo, cegado y humillado, pudo sacar virtud de lo que le estaba aconteciendo. En ese momento le hizo dos preguntas al Señor, y lejos de ser simples preguntas, esas dos preguntas concentraron todo el éxito, el ministerio y la vida espiritual del apóstol Pablo.

¿Quién eres, Señor?

Pablo percibió y entendió que era Dios quien le hablaba, y la primera gran pregunta que le hizo fue: “¿Quién eres, Señor?” esta pregunta de Pablo, el Señor la respondió en dos facetas:

1. “Yo soy Jesús el Nazareno”

Por medio de esa respuesta Pablo pudo ubicar a Jesús, al hijo del carpintero que hace algunos años había sido crucificado, al Nazareno que anduvo en carne y hueso predicando por Israel, al hombre que había llegado a ser el líder de aquellos a quienes él estaba persiguiendo para matarles. Esto nos enseña que, en nuestra vida espiritual, debemos ocuparnos de conocer día con día a Jesús, nunca nos cansemos de conocerlo, porque en verdad nunca dejaremos de conocerlo. El que de verdad aprende a conocer al Señor, entiende que jamás dejará de conocerlo. 

2. “… a quien tú persigues.”

Luego, el Señor le dijo a Pablo: “Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues”. El Señor quería mostrarle a Pablo que lo más importante en su vida era conocerlo a Él, pues le estaba revelando quien era, y que ahora no era solamente Jesús el Nazareno, sino que era a quien él perseguía, Él era la Iglesia, Él era los hermanos a los que perseguía. Pablo abrió sus ojos para entender el gran misterio de Cristo y la Iglesia.

Por medio de esta experiencia el apóstol Pablo tuvo una tremenda revelación, pues, primeramente pudo ver la grandeza del Jesús Nazareno que fue crucificado, y lo grande que era al mostrársele en medio de esa luz resplandeciente. También se dio cuenta que Jesús era aquel a quien él perseguía. Hasta ese momento para Pablo los cristianos eran “el opio de la sociedad”, gente que era tenida como la “basura” social que había que barrer de todos los lugares, pero cuando entendió que Jesús no era solo un ente Glorioso, sino que eran los mismos a quienes él perseguía, comprendió la gran revelación de Cristo y Su misterio.

Muchos de nosotros llevamos cinco, diez, veinte años y en todo ese tiempo no hemos podido ver al Cristo corporativo, pues lo único que vemos es a nuestra misma “raza”, a quienes conocemos ya por años en su manera de vivir y proceder. La revelación del Cristo corporativo, es ver y conocer la naturaleza de nuestros hermanos, conocer quienes son y aún en medio de eso tener los ojos para ver a Cristo en Su Cuerpo. Si logramos ver que nuestros hermanos en la fe son Cristo mismo, démonos por servidos, seremos los hombres más dichosos sobre la faz de la tierra.

¿Qué debo hacer, Señor?

Esta fue la segunda pregunta que el apóstol Pablo hizo en aquella ocasión: “¿Qué debo hacer?”. Esta pregunta también nosotros se la debemos hacer al Señor. Muchos no quieren hacerla porque les da temor involucrarse demasiado en la obra de Dios, les encanta ir a las reuniones de Iglesia solo a manera de espectadores. Si se atreven a preguntarle al Señor qué es lo que Él quiere que hagan, se darán cuenta que el Evangelio no se trata solamente de cuánto el Señor quiere darles, sino qué es lo que le tienen que darle ustedes a Él. El Señor está harto del Evangelio “moderno”, el cual, aparentemente sólo tiene una dirección. En la actualidad, la mayoría cree que Dios está en el derecho y en la obligación de darnos todo y a cambio no recibe ni una sola respuesta del hombre. Hermanos, Dios sí espera un servicio del hombre. Dios nos puso acá en la tierra para alabanza y gloria de Su Gracia, para que seamos Sus sacerdotes, para que demos testimonio de Él; hagámonos útiles. Que una vez más se vuelva a escuchar la interrogante del apóstol Pablo: “¿Qué quieres que yo haga, Señor?”. 

El Evangelio que nos enseñaron en el mundo evangélico manipuló la genética del verdadero Evangelio, y por alguna razón nos hicieron creer que sólo los que son llamados a predicar tienen que preguntarle al Señor qué es lo que Él quiere que hagamos, pero todos necesitamos hacerle esa pregunta al Señor para obrar en pos de lo que Él nos pida.

Espero que aprendamos estas lecciones básicas que vemos en el relato de la conversión del apóstol Pablo, y las apliquemos a nuestra vida cristiana. ¡Dios les bendiga!

Apóstol Véliz