LA REDENCION

LA REDENCION

Dice Romanos 3:23 “por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, v:24 siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús”.

La redención es la obra que Cristo hizo para solucionar el problema del hombre con Dios. No podemos desligar la redención de los demás aspectos de la obra salvadora, ésta es parte de un todo. Es como cocinar, lo que resulta al final de mezclar muchos elementos es un delicioso plato de comida. Pues, así también son estos elementos de la salvación, después de que juntamos la redención, la propiciación, la justificación y la santificación, lo que resulta es la gran obra salvadora de nuestro Señor Jesucristo a favor nuestro. 

Si pensamos exclusivamente en la redención, podemos decir que éste es el elemento con el cual el Señor solucionó el asunto de nuestra salvación, es decir, esto soluciona básicamente el problema que el hombre tenía con Dios. La palabra “redención” en el griego es “Apolutrosis”, literalmente significa: “liberación a cambio de un rescate”, o “el pago por una liberación”. Esta palabra era usada cuando alguien pretendía pagar por la esclavitud de “otro” con el fin de liberarlo. Bajo esta connotación es que se usaba esta palabra en el idioma griego en los tiempos del Señor. La redención fue la obra que el Señor tuvo que hacer a raíz de la caída del hombre, pues, no sólo cayó, si no que se volvió esclavo de Satanás, entonces para que Dios  pudiera hacer algo con el hombre, primeramente tenía que liberarlo. 

Ahora bien, la obra de liberación que necesitaba el hombre, no consistía en ser liberado de la esclavitud de Satanás, sino debía ser liberado de la pocilga en la que estaba viviendo en sí mismo a causa de la caída.  Cuando el hombre cayó en el huerto, lo sacaron a causa de que se volvió esclavo de Satanás, pero además, lo sacaron porque cayó en muerte, se corrompió. No debemos pensar en la redención sólo en el sentido de ser libres del que nos sometió a esclavitud, si no que es más profundo. 

Piense en algo un tanto descabellado, imagínese que usted se va a cierto país a pasear y estando allí, lo acusan de estar en contra de ese gobierno, por tal razón, lo meten preso y ahora usted se ve en problemas con ese gobierno. Tres años después de estar en la cárcel, usted seguramente se habrá convertido en una piltrafa humana. Todos sabemos que uno de los mayores problemas que afrontan los presos en las cárceles es la mala alimentación que tienen, y aunque les den de comer, el simple hecho de estar enclaustrados los hace involucionar físicamente. Aparte del problema de la alimentación, otro de los grandes problemas que le afectara grandemente a usted será la nostalgia por su país. De por sí, el hecho de estar en tierra ajena es un asunto muy difícil de sobrellevar, y no se diga estar en tierra extranjera y preso, seguramente es mucho más difícil. 

Tal como este ejemplo, es más o menos, es asunto de la redención de Cristo a favor nuestro. El hombre fue hecho esclavo por el diablo, lo dice Efesios 2:1 “Y él os dio vida a vosotros,  cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, v:2  en los cuales anduvisteis en otro tiempo,  siguiendo la corriente de este mundo,  conforme al príncipe de la potestad del aire,  el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia”, es obvio que Satanás nos esclavizó a su reino, al mundo. La redención de Cristo consiste en que Él pagó con su vida para que nosotros fuéramos libres del poder del diablo. Cristo se tuvo que hacerse hombre, porque sólo estando en condición de hombre podía rescatar al hombre. Cristo fue nuestro redentor porque Él vino a ponerse en nuestro lugar. El primer Adán se entregó al pecado y cayó, Cristo vino con Su vida a recuperar todo lo perdido. Él es nuestra redención, Él es nuestro libertador, el que nos libró del poder de Satanás. 

Dice Colosenses 1:13  “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas,  y trasladado al reino de su amado Hijo, v: 14  en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. 

Vamos de paso en paso para que se entienda bien todo. Ya dijimos que la redención tiene que ver con ser librados de la potestad de Satanás, pero la redención también consiste en ser librados de nosotros mismos, ya que estamos corrompidos. Para poder ser redimidos de esta condición, fue necesario un perdón. Notemos que en el pasaje que leímos, el apóstol Pablo vincula la redención con la sangre de Cristo, lo cual puede usarse como un sinónimo “de su muerte”. En la Biblia la sangre se usa para hablar de la muerte. Por ejemplo, si hablamos del derramamiento de la sangre, no se refiere a botar un poco de sangre, si no a un aspecto donde hubo una muerte, entonces acá en este pasaje, al decir: “por su sangre”, podemos interpretar que es “por su muerte” que tenemos el perdón de los pecados. 

La redención consiste en que Cristo nos libró, nos perdonó y nos limpió los pecados a través de Su muerte, del derramamiento de Su sangre, así somos libres de la corrupción y la muerte en la que estábamos, tal como lo dice Efesios 1:7  “en quien tenemos redención por su sangre,  el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”, según la óptica divina, habernos perdonado los pecados es una manera de habernos liberado. 

¿Qué significa, entonces, la redención? Redimir es liberar por el pago de un precio. Para nosotros, espiritualmente, este término significa haber sido liberados con el precio altísimo de la vida misma del Hijo. Observemos los diferentes usos que tiene la palabra “redención” en la Biblia: 

Lucas 21:28  “Cuando estas cosas comiencen a suceder,  erguíos y levantad vuestra cabeza,  porque vuestra redención está cerca”. 

Romanos 8:20  “Porque la creación fue sujetada a vanidad,  no por su propia voluntad,  sino por causa del que la sujetó en esperanza; v: 21  porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción,  a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. v:22  Porque sabemos que toda la creación gime a una,  y a una está con dolores de parto hasta ahora; v:23  y no sólo ella,  sino que también nosotros mismos,  que tenemos las primicias del Espíritu,  nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,  esperando la adopción,  la redención de nuestro cuerpo”. 

En este último verso que leímos aparece la palabra adopción, la cual no tiene que ver con el concepto castellano de adoptar a alguien que no es un hijo genético. Esta palabra en el griego es “uioethesia” que quiere decir: “la colocación de los hijos maduros”. Quiere decir que nosotros, los hijos de Dios, debemos esperar que este sistema corrompido del mundo sea quitado y que nos den uno nuevo. Los que aguardamos las primicias del Espíritu y caminamos en Dios sabemos que este mundo nos agobia; y aunque ya no nos sentimos tan presos de Satanás, y a pesar de que espiritualmente fuimos trasladados del reino de las tinieblas al reino de la luz, nuestro espíritu aguarda por regresar al lugar de nuestro origen. Decimos esto no porque ya hemos estado alguna vez con Dios en la preexistencia, si no porque lo que nos hizo nacer de nuevo es de origen celestial, por lo tanto, nuestro origen es celestial. 

Para entender a lo que nos referimos, es como pensar que si usted fuera de casi dos metros de estatura, piel blanca, ojos azules, en fin, que todo su aspecto fuera como el de un anglosajón, pero su DUI dijera que nació en “Sacacoyo”. Cualquiera deduce que usted nació en Sacacoyo, pero también deducirán que sus padres son de orígenes anglosajones. Lo que sucedió fue que a usted sus padres lo asentaron en Sacacoyo porque nació en El Salvador, pero su genética no es salvadoreña. Usted sabrá que fue engendrado de dos padres anglosajones, y que su origen es la tierra del norte. Aunque talvez nunca haya estado en los USA, su origen no es salvadoreño. Igualmente nos sucede a nosotros ahora que estamos en los caminos de Dios: sabemos que nuestro origen es el cielo, porque el que nos engendró es del cielo. Él nos está quitando la genética de aquí abajo para dejarnos la de Él, vamos de gloria en gloria, de poder en poder, hasta que venga nuestra redención completa, es decir, el cambio de nuestro cuerpo, la transformación total de nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo junto con el sistema de cosas. 

¡Aleluya!

Apóstol Marvin Véliz