LA RELIGIÓN QUE AMÓ JUAN EL BAUTISTA, Y SUS CONSECUENCIAS

LA RELIGIÓN QUE AMÓ JUAN EL BAUTISTA, 

Y SUS CONSECUENCIAS

En este artículo hablaremos acerca de Juan el Bautista, porque este hombre representa precisamente a los creyentes religiosos. El Señor se ocupó de escribir la vida de Juan en los evangelios para mostrarnos que cualquier creyente puede llegar a caer en religión en su vida espiritual.

Recordemos que Juan fue enviado para demarcar el final del Antiguo Pacto (la Ley) y marcar el inicio del Nuevo Pacto. Podemos decir que tanto Juan como el Señor Jesucristo fueron los iniciadores del Nuevo Pacto.  A Juan le había sido revelado que él habría de ver y anunciar a aquel que era el Cordero de Dios, de hecho cuando recibió la visitación de Jesús, tuvo la luz de quien era aquel que se presentaba ante él. Juan lo vio, lo señaló y testificó que Jesús era el Cordero de Dios, pero tristemente le dio más importancia a su propio ministerio que a aquel a quien anunciaba en Su Ministerio. 

Cuando Cristo se apareció en el Jordán, ya el ministerio de Juan era muy exitoso, y esto causó que el interior de este hombre fuera afectado en sus prioridades. Juan sabía que el día que el Cordero de Dios se manifestara a Israel, su ministerio ya no tendría razón de ser, pues el ministerio de Juan era anunciar que “el Cristo venía”. Juan sólo tenía que venir a preparar el camino, él era sólo una voz que habría de anunciar y decir: “He aquí el Cordero de Dios…” el problema fue que cuando Cristo apareció, su ministerio se había convertido en una gran ganancia personal, de manera que no quiso ir en pos de Jesús, es por eso que él se quedó dedicado a su ministerio, lo que desde aquel momento en adelante sólo fue un aparataje religioso. Tristemente, Juan, sabiendo que venía una dispensación nueva de parte de Dios para Israel, se enamoró del sistema religioso en el que vivió y de los dones que Dios mismo le había dado, de manera que nunca quiso ni estuvo dispuesto a romper con aquellas “buenas” cosas que al final sólo le causaron la muerte. 

Cuando Juan se encontró con el Señor, tenía aproximadamente sólo seis meses de estar predicando, previo a este tiempo él había pasado treinta años de preparación, treinta años de consagración desde que estaba en el vientre de su madre, treinta años esperando el tiempo de poder  ejercer su ministerio y a sólo seis meses de haberse iniciado en la predicación, justo cuando empezaba a ver multitudes que le oían, apareció el Señor. Juan entendió que Jesús era el Cordero de Dios y que él mismo tenía que ser bautizado por Jesús, por eso Juan le dijo: “Yo soy el que necesito ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?”, en respuesta Jesús le dijo: “Deja que sea, esta vez, porque de esa manera nos es apropiado llevar a cabo todo lo que es justo”. Entonces él dejó de impedírselo (Mat 3:14-15 NM) Preste atención a un detalle muy conmovedor. El Señor le dijo claramente a Juan, "deja que sea esta vez…", en otras palabras el Señor deducía que Juan iba a entender que en “esa vez”, el Señor debía ser bautizado por Juan, pero después de “esa vez”, él (Juan) se iba a disponer para ser uno de los seguidores de Cristo. El Señor le dio a entender a Juan de manera muy clara: “esta vez, tú bautízame, pero luego te bautizo yo”, sin embargo, nunca vemos en la Biblia que Juan se dejara bautizar por el Señor, Juan jamás siguió al Cordero de Dios de quien tanto él hablaba, él siguió en aquello que ya amaba, él siguió bautizando y discipulando, pero lo que no se dio cuenta es que lo que él siguió haciendo ya no era parte de la economía de Dios. 

Hermanos, nosotros al igual que Juan nos llegamos a enamorar no necesariamente sólo del Señor, sino también de la Iglesia a la que asistimos, nos llegamos a enamorar de los hermanos, de los amigos que encontramos en la nueva sociedad a la que entramos y por qué no decirlo, nos llegamos a enamorar de aquel servicio que con tanto amor y entrega hacemos para el Señor. Nos enamoramos de los proyectos espirituales, de las experiencias grandes y hermosas en el Señor, en fin, nos enamoramos de todas las cosas que hemos hecho desde el momento en que nos convertimos al Señor, al punto que cuando llega el tiempo de cambiar de dimensión no estamos listos porque las mismas cosas de Dios se han vuelto amarras para nuestra alma. 

A Juan le gustó tanto bautizar que pasó por alto que él mismo debía ser bautizado por el Señor; le gustó tanto lo que hacía que no se dio cuenta que estaba cambiando la economía divina; había llegado el momento de clausurar su discipulado, pero ¿cómo hacerlo? Si era el tiempo de éxito de su ministerio. ¡Qué triste cómo terminamos enamorándonos más de lo que hacemos y tenemos, que del mismo Señor Jesucristo! Cuando eso nos pasa, podemos estar seguros que nos hemos convertido en simples religiosos. 

Pongamos atención a los siguientes versos:

Juan 3:22  Después de esto,  vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea,  y estuvo allí con ellos,  y bautizaba. v:23  Juan bautizaba también en Enón,  junto a Salim,  porque había allí muchas aguas;  y venían,  y eran bautizados. v:24  Porque Juan no había sido aún encarcelado. v:25  Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación. v:26  Y vinieron a Juan y le dijeron:  Rabí,  mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán,  de quien tú diste testimonio,  bautiza,  y todos vienen a él. v:27  Respondió Juan y dijo:  No puede el hombre recibir nada,  si no le fuere dado del cielo. v:28  Vosotros mismos me sois testigos de que dije:  Yo no soy el Cristo,  sino que soy enviado delante de él. v:29  El que tiene la esposa,  es el esposo;  mas el amigo del esposo,  que está a su lado y le oye,  se goza grandemente de la voz del esposo;  así pues,  este mi gozo está cumplido. v:30  Es necesario que él crezca,  pero que yo mengüe. 

Por este pasaje podemos darnos cuenta que Juan tenía claro que desde el momento que él se había encontrado con Jesús, él ya no tenía que seguir bautizando, sin embargo, él lo siguió haciendo. El gran problema es que a estas alturas Juan tenía que perder mucho, Juan sabía claramente que él tenía que "menguar", sabía que tenía que perder su escuela, sabía que tenía que despedir a sus discípulos y decirles que lo acompañaran a seguir al Cordero de Dios. Esta debería haber sido desde aquel momento la labor de Juan, pero él nunca pudo seguir al Señor porque amó más todo aquello que había alcanzado dentro de la esfera de conocer al Señor y eso sólo lo convirtió en un religioso. 

El Apóstol  Pablo contrariamente a la actitud de Juan dice en Filipenses 3:7  “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. v:8  Y ciertamente,  aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús,  mi Señor,  por amor del cual lo he perdido todo,  y lo tengo por basura,  para ganar a Cristo”.  

Personalmente he tenido la oportunidad de compartir con hombres que me han buscado a la manera de Nicodemo, aquel hombre que buscó al Señor de noche. Digo de noche porque me han buscado secretamente por temor de sus denominaciones a las cuales pertenecen. Hay un hermano de estos que cuando se junta conmigo hablamos mucho de la palabra, él se goza en la verdad, pero sólo por un momento, porque al terminar la plática regresa exactamente a su propio círculo religioso, porque ha llegado a amar más su ministerio que al Señor mismo.

Cuántos de nosotros seguimos siendo religiosos porque amamos más nuestras costumbres religiosas,  nos ha llegado a gustar tanto la liturgia de la Iglesia, sus activismos y las demás cosas que nunca estamos dispuestos a soltar nada de ello. Tenemos que abrir nuestros ojos y darnos cuenta del peligro que corremos a causa de que mucho de lo que tenemos del Señor está envuelto en sentimientos del alma que nos terminan agradando y estas se pueden convertir en cosas más grandiosas que el mismo Cristo. 

Para muchos las amistades de la Iglesia lo son todo, para otros sus privilegios, para otros sus ministerios, otros aman más predicar que tener un amor por la verdad. Se enamoran más de lo que hacen que del Señor mismo. Juan se volvió religioso porque nunca quiso dejar las cosas que tenía, amaba mucho todo lo que había alcanzado en los caminos de Dios, aquellas cosas que eran gratas para él, cosas que había adquirido a lo largo de sus 30 años de consagración. 

He oído a muchos creyentes que dicen: “Ah, qué tiempos aquellos ¿Cuándo vendrán esas glorias pasadas?” Dios quiera que nunca vuelvan, porque esto es retroceder. Dios tiene tantas buenas cosas que darnos cada día, que no hay razón de estar anhelando las glorias pasadas que aunque procedieron del Señor, también estuvieron envueltas en mucha pasión de nuestra alma.  Para qué vamos a retornar a las cosas que teníamos antes, si todo debe ser perfeccionado cada día más y más. Hay muchos que han amado tanto una estructura eclesiástica que aunque oigan un avance en cuanto a esta verdad, jamás tendrán el valor de cambiar sus estructuras porque aman más lo que han edificado hasta el día de hoy que el avance que Dios puede y quiere darles. La religión se estanca, en cambio Cristo es progresivo en nosotros, Cristo es viviente, Cristo es como la luz de la aurora, las sombras con Cristo jamás están en el mismo lugar. Con Cristo todo progresa, todo se desarrolla, con Cristo a medida que recibimos más luz  dejamos de ser niños, maduramos, y vamos pensando de manera diferente. ¡Qué Dios nos liberte de la religión!

Apóstol Marvin Véliz