¿Cómo hizo Dios para que todos los creyentes fueran parte de la Iglesia?

¿Cómo hizo Dios para que todos los creyentes fueran parte de la Iglesia?

Dios en Su infinita misericordia tomó a seres humanos caídos, los hizo nacer de nuevo, y los bautizó con el Espíritu Santo, es decir, los incluyó en Su Cuerpo que es la Iglesia. Dios logró que esto fuera una realidad por medio de la obra de Cristo. Dice Efesios 2:13 “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. v:14 Porque El mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, v:15 aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así la paz”, Cristo se convirtió en una llave, Él es un hombre pleno-corporativo en el cual han sido incluidos todos aquellos que lo reciben por la fe. 

Como les repito, los creyentes hemos sido hechos parte de la Iglesia por la obra de Cristo. Lo primero que debemos reconocer es lo que dice el apóstol Juan: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio con Dios” (Juan 1:1-2). Luego podemos agregar lo que dice Filipenses 2:6 “el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, v:7 sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres”. El Verbo no se desprendió de Su divinidad, sino de la “talla divino-corporativa” que tenía al ser parte de la “Triunidad". El Verbo se desprendió de tal comunión, de tal gloria, donde los tres eran Uno, ellos eran una Unidad compuesta. Acerca de esto Cristo oró en una ocasión diciendo: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Jesús entendía por Su naturaleza divina que en la eternidad pasada había estado con el Padre en tal comunión, y Él anhelaba tener de nuevo esa Gloria corporativa. 

Ahora bien, cuando el Señor resucitó fue convertido en Espíritu vivificante, luego de haber resucitado, dice 1 Corintios 15:15 “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante”. Días después de Su muerte en la cruz, la Biblia narra que sucedió algo muy impresionante: “Jesús vino y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor. Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a vosotros; como el Padre me ha enviado, así también yo os envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo*: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:19-22). El Señor Jesús, ya resucitado, se apareció una vez más a Sus discípulos y les transfirió Su naturaleza, o sea, les transfirió Su Espíritu. En la resurrección Cristo se convirtió en Espíritu, y a partir de ese momento ha podido ingresar en la vida de cada creyente. 

Luego de esto, el Señor les dijo a los discípulos que no se fueran de Jerusalén, pues, aunque ellos ya tenían el Espíritu en su interior, faltaba aún algo más. Lo que les hacía falta era la experiencia del bautismo con el Espíritu Santo. Dice Hechos 2:1 “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. v:2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados”. La Escritura dice que los que estaban en pentecostés fueron inmersos en una ráfaga de viento que llenó toda la casa.

El movimiento “pentecostal” a muchos nos enseñó que ser bautizados en el Espíritu Santo es hablar en lenguas, pero la Biblia nos enseña que hablar en lenguas es solamente un don, y por cierto, de los más pequeños que existen. Hablar en lenguas no es ser bautizados con el Espíritu Santo. Yo no estoy menospreciando el don de lenguas, pero en esto, mi experiencia es similar a la del apóstol Pablo, y puedo decir con propiedad sus mismas palabras: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (1 Corintios 14:18–19).

Olvídese por un momento del asunto de las lenguas, eso no fue lo más importante que sucedió en pentecostés, pues tampoco las lenguas son el Bautismo del Espíritu Santo. Lo trascendental que sucedió en “pentecostés” fue el evento consumado del Bautismo en el Espíritu Santo. Todos los creyentes que estaban en aquel aposento alto fueron “bautizados” en la ráfaga de viento que llenó la casa. Aquel evento se dio sólo una vez, pero aplica para todos los que se van convirtiendo al Señor. Es similar a la muerte de Cristo, Él murió una sola vez pero en Su muerte todos morimos con Él, por supuesto, ésta se hace efectiva cuando decidimos creerlo en lo individual. Igualmente es el evento del Bautismo en el Espíritu Santo, sucedió hace dos mil años, pero nos lo aplican cuando nos convertimos al Señor. 

Algunos interpretan que la dimensión a la que Dios nos mete al convertirnos es la Iglesia Universal. En parte estoy de acuerdo con esto, porque sí es cierto, al aceptar a Cristo venimos a formar parte de la Iglesia Universal del Señor, sólo que ésta en su estado Universal es subjetiva, nadie puede ubicarla, nadie puede accesar a ella aunque todos los creyentes somos parte de ella. Ahora bien, hay una parte objetiva que Dios nos demanda de nosotros, esto es: “ser parte de una Iglesia local”. La Iglesia se volvió objetiva o “local”, desde que tuvo sus inicios en Jerusalén, es decir, en pentecostés. El grupo de ciento veinte hermanos que estuvo presente aquel día constituyeron la primera Iglesia local, ellos fueron una Iglesia objetiva, tangible, palpable. 

Hermanos, esa obra preciosa que operó en Cristo, que lo llevó por muchos procesos, hasta que se convirtió en Espíritu vivificante, es la llave que nos abre un espacio para ser introducidos en la esfera corporativa de Su Cuerpo que es la Iglesia. Grande es la obra de nuestro Señor Jesucristo. “¡ A El sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén.

Apóstol Marvin Véliz