LA PROPICIACIÓN

LA PROPICIACIÓN.

La palabra “propiciación”, según la transliteración griega “hilaskomai”, se usaba cuando se referían a un sacrificio que se hacía propicio para apaciguar la ira de los dioses. A esto hace referencia el pasaje de Romanos 3:25 “a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre…”, hay versiones que traducen la palabra “propiciación” como “sacrificio expiatorio”., tal traducción también es correcta porque “expiación” se usa en el Antiguo Testamento como un sinónimo de propiciación, ambas palabras significan lo mismo. La palabra propiciación significa:  “hacer propicio, benevolente, misericordioso, procurar el bien de alguien”. Si yo le digo a un hermano “Sé propicio a mí”, lo que le estoy diciendo es “entiéndeme, compréndeme, no seas severo conmigo, ténme paciencia, hazme misericordia”.

En Levítico 16 encontramos lo que la Biblia le llama: “el día de la expiación”, el día de la propiciación, el día en el que a través de un sacrificio, Dios se hacía misericordioso para Su pueblo. La propiciación es el sacrificio que hizo nuestro Señor Jesucristo en el cual Dios descargó Su ira sobre Él a raíz del pecado. Al ser Cristo una víctima perfecta, lo que se obtuvo fue la misericordia y la disposición divina para que Dios volviera a tratar con el hombre. 

La palabra propiciación también es la misma que se usa para referirse al propiciatorio (la tapadera que tenía el arca del pacto) que aparece en Hebreos 9:5 “y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio…”. Dentro de todas las cosas que se describen del tabernáculo, se  menciona el “propiciatorio”. En el lugar santísimo había una pequeña urna a la cual los hijos de Israel le llamaban el Arca del Pacto, ésta estaba recubierta de oro por dentro y por fuera, y dentro de ella había tres cosas importantes que eran: Las tablas de la ley, la vara de Aarón que reverdeció y una porción de Maná que cayó en el desierto. No es difícil sacar enseñanzas de estas figuras. Las tablas de la ley representan al Padre, La vara de Aarón es el Espíritu Santo que nos hacer reverdecer y el pan es Cristo mismo, Él es el maná que cayó del cielo; éstas cosas representan la triunidad de Dios.  Pero además, el arca estaba cubierta por una tapadera (el propiciatorio) que cubría el cajón del arca, llamada “el propiciatorio”, la cual tenía en su lado superior unos ángeles con sus alas extendidas. 

Ahora bien, unamos lo que hemos dicho hasta ahora. Note que Romanos 3:25 dice que Cristo fue a quien Dios puso como propiciación; Levítico 16 nos habla de Cristo como la víctima que se sacrificó en expiación por nuestros pecados; y Hebreos 9 nos deja ver que las figuras del tabernáculo como el propiciatorio eran sombra de Cristo. Con estos pasajes podemos confirmar que la expiación es un sinónimo de la propiciación. Hay una versión en Inglés que traduce esta palabra propiciación como “mercy seat”, eso significa el asiento o la silla de la misericordia. Si decimos que la obra del Señor tiene un agente activo que es la propiciación, debemos aclarar que ese elemento no es algo directamente a favor nuestro. ¿Por qué? Porque si bien es cierto que somos nosotros los beneficiarios de la obra de Cristo en la cruz, no obstante,  había un problema divino que solventar, y es el hecho de que Dios es Justo, Santo y aborrece el pecado. Entonces dentro de la obra salvadora de Cristo, tenía que ofrecerse un sacrificio expiatorio para que el Padre pudiera expresar Su amor y misericordia a todos los hombres y así olvidara sus pecados. La propiciación es entonces la actitud en la que el Hijo tomó la posición de una víctima que llenaría la justicia del Padre. El Hijo aceptó que toda la ira del Padre recayera sobre Él. Es por eso que Cristo en la cruz dijo: “Padre, ¿Por qué me has desamparado?” porque literalmente Dios extendió Su mano de gobierno sobre Él, descargó toda Su ira y lo juzgó por todos nuestros pecados. Estando Cristo en esa condición el Padre pudo aplacar Su ira, y eso permitió que “en Cristo” toda la humanidad encontrara misericordia, pues, el juicio ya se ejecutó una vez y para siempre.  

En Levítico 16 encontramos que, una vez al año, los israelitas practicaban el día de la expiación. En ese día solemne se sacrificaban varios corderos en el Templo. Cuando se ofrecía el cordero por el pueblo,  el sacerdote entraba hasta el lugar santísimo y rociaba la sangre del animal sobre el propiciatorio, todo ese rito hacía que la misericordia de Dios se mostrara al pueblo. Qué gran significado tiene esa figura para nosotros porque el “propiciatorio” verdadero es Cristo. Nuestro Señor Jesucristo tuvo que derramar Su sangre para cubrir la ira de Dios por nuestros pecados, eso sí, Su sacrificio fue tan perfecto que bastó una vez y para siempre. Cristo fue nuestra expiación (propiciación), Su sacrificio permitió que Dios fuera propicio y misericordioso para nosotros.  En términos de la versión en Inglés que mencionamos, Cristo fue nuestro “mercy seat”, el asiento de la misericordia, el que detuvo la indignación divina, el sacrificio propicio. Cuánto necesitamos entender estas verdades para disfrutar lo que Cristo hizo a favor nuestro.

Dice también Hebreos 2:17  “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos,  para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere,  para expiar los pecados del pueblo”.

En este verso la palabra “expiar” no está conjugada exactamente como aparece en Romanos 3:25, pero la raíz es la misma. Una manera correcta de interpretar el pasaje anterior sería: “Cristo se hizo la ofrenda propicia para expiar los pecados del pueblo, y así llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel”. Es lo mismo que dice 1 Juan 2:2 “Y él es la propiciación por nuestros pecados;  y no solamente por los nuestros,  sino también por los de todo el mundo”.

El apóstol Juan nos dice que la propiciación es un ingrediente de la obra salvadora de Cristo con miras a arreglar los problemas de justicia que tenía el hombre para con Dios. Imaginémonos que el hermano A se discute con el hermano B, al grado de que se discuten y no se hablan más. Viene el hermano “C” y decide ser el mediador de estos hermanos (tal como Cristo es el mediador entre Dios y los hombres). El hermano “C” quiere que los hermanos vuelvan a estar en armonía como antes, se entera del problema y se da cuenta que el malo del problema fue el hermano “A”, entonces, el hermano “C” reconviene al hermano “A” para que cambie su actitud, pero el hermano mediador tendrá que ir con el hermano “B” que es el ofendido, y decirle que se haga propicio al hermano “A”, es decir, le rogará que lo perdone. El mediador no puede arreglar las cosas sólo con el que ofendió, porque si el ofensor llega con el ofendido y este hermano se encuentra bien dolido, talvez ni escuchará al hermano que le llegó a pedir perdón. La acción del mediador debe ser, entonces, decirle a uno que pida perdón, pero decirle también al otro que perdone la ofensa. Que el hermano “B” perdone es expiación.

Ahora bien, dice el v:2 que Él (Cristo) es la propiciación no sólo por nuestros pecados, si no también por las de todo el mundo. ¿Cómo puede ser esto? El mundo no quiere nada con Dios, pero Cristo ya arregló la situación con Dios. En Cristo, el Padre está dispuesto a perdonar a todo el mundo. ¡Aleluya!

En este tiempo a nosotros se nos ha encomendado el ministerio de la reconciliación,  tenemos que decirle a los hombres que se reconcilien con Dios porque en Cristo Jesús ya todos fuimos perdonados. Dice 1 Juan 4:10 “En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios,  sino en que él nos amó a nosotros,  y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. 

Parafraseando este verso podemos decir lo siguiente: “el amor de Dios consiste en que Él nos amó primero, fue Él quien envió al Hijo para satisfacer Su necesidad de justicia y luego, poder ejercer Su misericordia para con nosotros. La clave de este verso es entender que Él nos amó primero. Nosotros éramos incompetentes para amarlo, por eso Él nos mostró Su amor en que envió a Su Hijo para que arregláramos las cosas con Él. 

En términos legales nosotros fuimos los ofensores, por lo tanto, nosotros debimos haber hecho algo por reparar las cosas con Dios. Sin embargo, el amor de Dios es tan grande que, al darse cuenta de nuestra imposibilidad y nuestra lejanía para con Él, envió al Hijo para que solucionara nuestro problema con el Padre. Si pudiéramos escuchar la voz del Padre en torno a esto, seguramente nos diría:“hijo, ahora te amo y te perdono porque Jesús fue la ofrenda que me satisfizo, Él fue la propiciación”.

¡Gloria a Dios por Su infinita sabiduría! 

Apóstol Marvin Véliz