Ir al contenido principal

NO NOS ENGAÑEMOS CREYENDO QUE SOMOS MEJORES QUE OTROS


NO NOS ENGAÑEMOS CREYENDO QUE SOMOS MEJORES QUE OTROS

En la Biblia encontramos la historia de Jacob, un hombre que su mismo nombre delataba lo que era. Jacob quiere decir: “el que toma por el talón”, “suplantador”. Sin embargo, a este hombre le costó aceptar que su nombre reflejaba su condición caída. En la mente de Jacob, tal vez lo único malo que había hecho en toda su vida era engañar a su padre para obtener la bendición de la primogenitura, pero a parte de eso, él se consideraba una buena persona. Con el pasar de los años, él vio errores en su madre, en su hermano, en su suegro, en sus mujeres, etc., menos en él mismo. Fue hasta aquella experiencia en la que él luchó con Dios que su situación cambió. La historia dice que en lo más álgido de la pelea, Dios le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”, y fue hasta ese momento que Jacob reconoció que era tal cual, lo que su nombre significaba. En ese momento empezó su liberación. A Jacob le llevó muchos años reconocer que se había engañado a sí mismo, creyendo que no era tan malo; preguntémonos ahora nosotros: ¿Cuántos años llevamos nosotros en esa condición?

Dice Gálatas 6:3 

“Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. 4 Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; 5 porque cada uno llevará su propia carga”. 

El apóstol Pablo nos dice que podemos caer en el error de engañarnos a nosotros mismos. Y es curioso ver el contexto en el que el apóstol Pablo nos dice que no nos engañemos. Dice Gálatas 6:1 

“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. 2 Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. 

Notemos que el apóstol nos dice que no nos engañemos, en el contexto de velar y servir a nuestros hermanos. Lo que el apóstol Pablo nos quiere decir es que el engaño del falso yo es tan sutil, que lo que éste quiere es que sintamos que somos buenas personas porque ayudamos a otros. Muchas veces, por todo lo que hacemos, sentimos que somos los hijos más fieles que Dios tiene, sin embargo, esto nos trae comodidad y confianza en nosotros mismos. ¿Qué concepto tenemos de nosotros mismos? ¿Creemos que todo lo hacemos bien, que sólo de vez en cuanto cometemos algunos errores? ¿Es usted hermana, una esposa que cree que todo lo hace bien para su marido; cree que es la más sujeta de todas las mujeres?; Maridos, ¿Se creen ustedes los hombres más responsables del mundo? ¡Cuidado! No nos engañemos en las “buenas obras”.

Leamos un pasaje más. Romanos 12:3 

“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno… 16 Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión”. 

En este pasaje el apóstol Pablo nos dice que tengamos cuidado de no creernos mejores que los demás. Esta condición puede darse porque vemos virtudes en nosotros las cuales nos hacen sentir que somos mejores que otros. Muchas veces presumimos de nuestra inteligencia secular, de las habilidades físicas, o de los carismas espirituales que tenemos. Por ejemplo, algunos que tienen el don de predicar creen que Dios vio en ellos algo sumamente especial, por lo cual, Él les confió ese carisma. Los que predican no son mejores que los que no predican; los dones los repartió Dios como Él quiso, por pura gracia, no porque algunos seres humanos sean mejores que otros. El falso yo nos engaña de forma parecida a lo que hace un padre alcahuete; sabe que sus hijos son malos, pero justifica todas sus malas acciones diciendo que son cosas de “muchachos”, y por ende, los hijos nunca llegan a ser gente de bien, porque crecen con el pensamiento de que no son malas personas.

Nuestra naturaleza de bajeza es el resultado de un “falso yo” que sutilmente se ha entretejido con nuestra personalidad original, mostrando al exterior lo que no somos. La peor parte en todo esto nos la llevamos nosotros mismos, pues, con el pasar de los años llegamos a creer que esa fachada es lo que realmente somos. Un caso muy puntual acerca de esto la encontramos en la historia del joven rico. Dice Mateo 19:16 

“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? 17 El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. 18 Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. 19Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 20 El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? 21 Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. 22 Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. 

Note que severo engaño el que tenía este joven. Al inicio de la conversación, el Señor Jesús mismo (en quien no había pecado) le dijo que no lo llamara bueno porque bueno solo era Dios. Luego, cuando el Señor le pregunta si había guardado los mandamientos, él le contesta que todo eso lo había guardado desde su juventud; ¿era eso cierto? ¡No! Dice Romanos 3:10 “No hay justo, ni aun uno”. 

Este joven rico no era la excepción de la humanidad, él era tan transgresor de la ley como todos; sólo que estaba tan engañado en sí mismo, que creía que era bueno. En Su grande amor, el Señor le desmanteló a aquel joven su fachada de bondad, diciéndole: “vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. ¿Qué buscaba el Señor al decirle esto? Que el joven se diera cuenta que no era tan bueno como pensaba, que se diera cuenta que tenía una naturaleza de pecado como todos los demás. Hermanos, así como le sucedió al joven rico, permitámosle al Señor que desmantele nuestro falso yo, para que seamos libres de ese auto engaño en el que vivimos. Benditos fracasos, benditas debilidades ante el pecado si así se va a desmantelar la falsedad en la que vivimos. Ya dejemos de creer que basta con no pecar mucho; ya dejemos de escondernos detrás de las limosnas, o las ayudas que podamos dar a otros porque, perversamente, hasta en eso nos engañamos. Dios quiere liberarnos, pero para ello debemos llegar a la conclusión que no podemos fiarnos de nuestra naturaleza de bajeza. Sólo al ser desmantelados del Falso Yo podrá cobrar fuerza la Vida Divina que nos fue depositada en nuestro espíritu el día que nos convertimos al Señor. En la medida que seamos libres de este engaño, en la misma proporción, y de manera progresiva, esa Vida bendita conquistará y se expresará en todo nuestro ser. La obra del Espíritu en nosotros será similar a lo que sucedió con el Falso Yo, nos haremos uno, nos vamos a fundir, sólo que ya no para manifestar un engaño, sino la Vida de Dios. Si estamos dispuestos a ser desmantelados del engaño en el que escondemos nuestra naturaleza de bajeza, poco a poco, la Vida Divina se va a entretejer con nuestro verdadero Yo, de modo que un día diremos como el apóstol Pablo: 

“ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios…” 
(Gálatas 2:20). 

¡Aleluya!
Apóstol Marvin Véliz

Comentarios

  1. Esta palabra hermanos sin ninguna duda debe ser una exhortación para cada uno de nosotros, nos debemos de dar cuenta que no podemos seguir caminando, que no podemos seguir viviendo conformes, pensando que actuamos delante de Dios y delante de nuestros hermanos de una manera correcta o hasta perfecta. Que Dios tenga misericordia de nosotros y que nada ni nadie nos impida consagrarnos a Dios y que como dice el pasaje que ya no vivamos más nosotros, que ya no viva ese falso yo que nos hace pensar que somos mejores que otros por tener buenas cualidades, si no que more la vida del Señor en nuestro interior y que poco a poco vaya desmantelando cada cosa que nos impide caminar de la manera correcta. AMEN

    ResponderEliminar
  2. Que esta palabra nos pueda hacernos humillarnos ante el Señor y ppder reconocer que no somos nada porque como aqui decia pensamos muchas veces que somos buenas personas o incluso que somos mejores que nuestros propios hermanos y vivimos nuestra vida engañandonos y incluso a veces menos preciamos a los demas porque nos creemos inferiores y eso no debe ser asi que esta palabra nos habra los ojos y veamos lo que somos y no dejemos que nuestro falso yo nos engañe amen

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Si no posees cuenta de Google o de alguna otra que aparezca en el listado, puedes comentar con la opción de perfil anónimo y dejarnos tu nombre al final de tu escrito. Gracias.

Entradas populares de este blog

LA NECESIDAD DE SER DILIGENTES

LA NECESIDAD DE SER DILIGENTES INTRODUCCIÓN: Quiero empezar por decir que la diligencia es más que básica y necesaria para servirle al Señor. Recordemos que el servicio al Señor está relacionado con la Vida divina, y no sirve de nada que prediquemos y expliquemos que Cristo es el Salvador, si no impartimos Vida entre los hombres. Dios nos llamó a ser impartidores de algo intangible, así es Su naturaleza. Debemos tener conciencia que la Vida Eterna es la realidad más grande que el hombre puede alcanzar en este mundo, y a la vez, lo que nosotros debemos poner al alcance de los hombres. Dice  La Escritura en Juan 1:17 “Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo” . Es, precisamente, en este punto donde la diligencia se vuelve un factor de mucha importancia, pues para mantener el fluir de vida necesitamos ser diligentes, sólo de esta manera la vida de Dios estará activa en nosotros. Leamos los siguientes

SUBIR AL MONTE Y EDIFICAR EL TEMPLO

SUBIR AL MONTE Y EDIFICAR EL TEMPLO Quiero empezar este artículo dando un pequeño contexto del pasaje que acabamos de leer. El profeta Hageo profetizó en los tiempos en los que los hijos de Israel regresaron de la deportación de Babilonia, después de setenta años. Cuando los israelitas regresaron a su tierra, toda la nación, incluido el templo, estaba en una total ruina. La mayoría del pueblo volcó su mirada a sus propias necesidades, pues, éstas eran más que obvias; pero dejaron a un lado la reconstrucción del templo de Dios. Fue en ese ambiente que el Señor levantó a Hageo y a Zacarías para que profetizaran al pueblo y lo estimularan a darle prioridad a la construcción de la casa de Dios.  El panorama que nos presenta Hageo en su libro, especialmente en el primer capítulo, se ajusta como un buen ejemplo, espiritualmente hablando, a la situación que como pueblo de Dios podemos llegar a vivir. Ciertamente el Señor nos ha sacado de la esclavitud de este mundo y nos ha tras

CÓMO DESPOJARNOS DEL VIEJO HOMBRE

CÓMO DESPOJARNOS DEL VIEJO HOMBRE El Apóstol Pablo dice en Efesios 4:19   “y ellos, habiendo llegado a ser insensibles, se entregaron a la sensualidad para cometer con avidez toda clase de impurezas. v:20  Pero vosotros no habéis aprendido a Cristo de esta manera, v:21  si en verdad lo oísteis y habéis sido enseñados en El, conforme a la verdad que hay en Jesús, v:22  que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos” . Pareciera que estos versos son una contradicción, ¿Acaso Cristo no solucionó con anterioridad el asunto de nuestro viejo hombre? ¿Acaso no fuimos libres en Cristo de nuestro pasado, o tenemos que obrar para alcanzar esa liberación? Ciertamente aquí vemos en escena al viejo hombre, pero antes de ver la existencia del viejo hombre del creyente, investiguemos qué quería darnos a entender  el apóstol Pablo al decirnos: “despojaos del viejo hombre”. En torno a esto dice Romanos 6:6  sa